Última de la Feria de San Ignacio I CANAL PLUS TOROS
JOSÉ MIGUEL ARRUEGO > Azpeitia
Como en las dos tardes precedentes, la tarde que cerró la Feria de San Ignacio tuvo su miga. La corrida de Pedraza de Yeltes, variada de tipo, con algunos ejemplares de gran alzada pero muy reconocibles dentro de su procedencia de El Pilar, enlotó un gran toro, Burreñicio, lidiado en cuarto lugar, un ejemplar de una calidad superlativa que marcó una tarde desde el punto de vista ganadero, aunque los hermanos Uranga también echaron tres toros con ciertas opciones, segundo, tercero y sexto. Sólo primero y quinto desmerecieron de un conjunto ganadero que cada San Ignacio aumenta su fama y presitigio.
Pudo salir en hombros López Simón, quien se llevó el lote más equilibrado pero lo aprovechó al máximo. Está en vena el torero madrileño, al que sólo la espada cerró la Puerta Grande. También dio una buena dimensión Juan del Álamo con el único toro que lidió con posibilidades. Su goteo de triunfos no se detiene, pese a que el quinto no le dejó redondear. Tampoco concretó Castaño su faena al gran cuarto, pero hubo muletazos de gran naturalidad y templanza y una serie con la zurda sensacional. La espada hizo que sólo el toro se llevara el reconocimiento.
Estrecho y alto, el tercero fue se empleó en el último tercio y la faena de López Simón tuvo la serenidad que da el aplomo. Lo vio claro el de Barajas cuyo trasteo, pese a la falta de limpieza de algunos pasajes, rezumó sobre todo emoción. Por la angostura de los embroques y la proximidad de los cites, y porque en terrenos tan comprometidos, el torero transpiró sitio y seguridad.
La faena de López Simón frente al sexto, toro noble y claro, tuvo dos partes. En la primera gustó ya gustó al público buscando la media distancia, pero donde la faena explotó fue al final, muy cruzado y metido entre los pitones, enterrado en la arena. Desde muy cerca, echando los vuelos puso a la gente de acuerdo porque su trasteo tuvo muchas virtudes. Quizá porque la faena fuera muy larga el toro no lo ayudó al entrar a matar, la espada cayó baja y se esfumó la Puerta Grande.
La otra oreja la cortó Juan del Álamo del segundo, toro menos lleno, con alzada pero más suelto de carnes, embistió mejor por el pitón derecho, porque aunque su embestida careciera de ritmo, tuvo más recorrido que por el lado zurdo. Permitió no obstante una faena de Juan del Álamo bien hilvanada y estructurada que tuvo en la intensidad y la transmisión sus mayores virtudes. El quinto tuvo otras hechuras. De menos alzada, con la cara colocada, fue sin embargo un toro problemático, porque tendió a meterse por dentro, se vino frenado y nunca embistió por derecho. Juan del Álamo no pudo sacar rédito de su encomiable esfuerzo.
El cuarto fue extraordinario. De temple, de ritmo y de calidad. Un toro que derribó en varas y que tuvo ese punto de manso que le hizo abrirse un metro más allá de los vuelos. Un toro para disfrutarlo, como hizo Javier Castaño, que se gustó especialmente hasta mediada la faena. Hubo series con reposo, limpieza y naturalidad en las formas. Sobre todo una con la zurda, la única que tuvo el trasteo, que resultó la mejor del conjunto. La faena perdió intensidad en su tramo final, con el toro ya mirando a las tablas y el salmantino tampoco lo mató adecuadamente. Por eso se quedó sin premio.
Antes, el colorado que abrió plaza, musculado y voluminoso, embistió de un modo un tanto atolondrado de salida, un comportamiento que prorrogó a la faena de muleta, donde se movió a saltos y soltando la cara, marcando siempre querencia a los tableros además. Castaño optó, de modo comprensible por no prolongar el intento de faena.
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