Pese a la falta de fuerza de los toros de César Rincón, la nobleza con que se emplearon y, sobre todo, la disposición y las ganas de sus matadores, permitieron que la sexta función del abono de Hogueras fuese por fin un éxito y que las ya habituales protestas de la gente esta vez lo fuesen para reclamar más trofeos.
Espartaco, que se despedía de la afición alicantina, fue el primer diestro que lograba abrir la puerta grande en este abono. Lo hizo a lo grande y por méritos propios. Su primer toro fue muy protestado de salida, cuando llegó renqueante a la capa que le presentó Juan Antonio Ruiz, protestas que subieron de tono cuando salió perdiendo las manos del único viaje que hizo al caballo. Sin embargo, la técnica de Espartacose volvió a mostrar infalible y, a bases de suavidad y de llevar al toro con mimo y sin agobiarle, exhibiendo su portentoso temple, no sólo recuperó a un toro que en otras manos no hubiese tenido un pase, sino que lo acabó exprimiendo y rematando con una fenomenal estocada que, a poco que el presidente se hubiese estirado, le hubiese valido ya el pasaporte para la puerta grande.
Sin embargo, sí lo consiguió después de tumbar al cuarto de la tarde, un toro que hizo cosas feas de salida -tomó renuente los capotes, salió suelto del caballo y esperó en banderillas- pero que, con una sola tanda de tanteo, Espartaco logró meter en la muleta y componer otra faena en la que estuvo muy a gusto, recordando al Espartacode sus mejores tiempos.
También El Juli -en la imagen- vivió una tarde de dulce y el público se volcó con él apenas se abrió de capa. Se hizo aplaudir con su amplio repertorio capoteril y entusiasmó con sus pares de banderillas, aunque no siempre los rehiletes cayesen arriba y reunidos. Con la muleta estuvo fácil, suelto y siempre dominador y llevó enganchado a su primer toro en los vuelos de su muleta.
Si su primero no le planteó apenas problemas, sí los tuvo el que cerró plaza, un toro que se intentó rajar y al que supo fijar en los medios. Anduvo tan solvente como eficaz y volvió a provocar el enfado del público cuando desde el palco se le negó la cuarta oreja, después de haber pasaportado a su oponente de una estocada recibiendo, estocada que también ponía punto final a una tarde en la que los seis toros se fueron a la incineradora de seis estoconazos.
Tampoco Eugenio de Mora quiso abandonar la plaza por su pie y se esforzó por acompañar a sus compañeros en su salida en hombros. Su primero, muy justo de fuerzas, le obligó a cuidarle mucho en una faena tanto de temple como de técnica. El quinto le permitió mayores alegrías y su intento por amarrar el triunfo le llevó a arriesgar más de la cuenta en los desplantes finales, llevándose una aparatosa voltereta que no tuvo más consecuencias que reforzar su triunfo.
FOTOGRAFÍA: PEP GARCÍA.
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