Todas las inteligencias del mundo son impotentes ante cualquier estupidez que esté de moda
Nada es más del gusto del inquisidor que estar parapetado a la espera de que alguien diga públicamente lo que siente o piensa para quemarlo en la hoguera de la estupidez
Rivera Ordóñez, toreando con su hija en brazos I TWITTER PAQUIRRI
C.R.V. > Madrid
Yo no me preocuparía de lo que nadie se ocupa ya. De la estupidez. Como Camus, y ahora más, hago caso de esta máxima: la estupidez insiste siempre. Este país abarrotado de sin futuros, precario en ilusiones, está matando su tiempo a tiros de estupidez. Conclusión aclamadora que lo que nos sucede no es por azar sino por insistencia. Mientras navegamos hacia qué mar sin agua, una nueva estupidez hace que una parte de la población española, de las televisiones españolas, de los medios españoles, se dediquen a moralizar, eticalizar o analizar una foto de un padre con una hija en brazos toreando un becerro o similar. Mi padre que ya no está me paseaba en moto. Pero entonces nuestra estupidez era precaria.
No se apuren. Todas las inteligencias del mundo son impotentes ante cualquier estupidez que esté de moda. Y está de moda esta nueva fobia que una mezcla explosiva de xenofobia, machismo, feminismo, racismo, exclusionismo, radicalismo y papanatismo que consiste en amar al prójimo como al gato mismo. En satanizar la tauromaquia. No seamos gatos. Dejémoslos con sus estupidez a cuestas porque es estéril. Esta sociedad cohabita con esa nueva Inquisición que nace de un error: creer que debemos y podemos subir a las redes de lo público nuestros actos diarios, nuestros sentimientos mas íntimos. Creemos ya que nada de lo que hacemos lo hacemos si no ponemos en nuestros teléfonos o en las redes que nos pescan ya como peces sin agua.
Nada es más del gusto del inquisidor que estar parapetado a la espera de que alguien diga públicamente lo que siente o piensa para quemarlo en la hoguera de la estupidez. Esta es nuestra reiteración de errores y estupideces. Publicar nuestras pasiones para afirmar que existen, en una libertad, que, sabemos ya, esperan los cazadores de libertad para acusarnos de haber matado en la cruz a todos los Cristos del mundo.