Ambiciones y hambre de futuro salían por los poros toreros de Salvador Vega. Desde que salió de capote hasta que se fue por la Puerta Grande, su actuación en La Malagueta fue un canto a la determinación de ser torero y de esta manera gran parte de un camino inhóspito, lleno de trampas y recovecos, de claves y galimatías, de asaltos puñal en mano, parece algo más despejado. Querer es la premisa primera para cualquier cosa en la vida y parece que Vegaquiere.
Al menos lo demostró en dos faenas en las que impuso su voluntad a dos toros de Cuvillo que se movieron de distinta forma. El primero con casta, bravura y ansiedad en la embestida, el segundo más calamocheante y molesto.
A los dos los enjaretó Vega a base de dejarle siempre la muleta en la cara, provocarles y plantearles la guerra sin cuartel. Derechazos entregado y cambios de mano con gran improvisación y ligazón. El público comprendió a Vega y Vega a los toros y así se saldó el asunto de la primera feria de su tierra como matador de toros con dos salidas a hombros.
Javier Condeno tuvo su material para moldear faenas de alhelí. De acuerdo que el primero era muy noble, sí, pero no humillaba, de ahí que el planteamiento fuese siempre por alto y aún cuando se dejó llegar el pitón a la taleguilla en un parón muy sui generis el público sólo le premió con una ovación. El cuarto fue un toro guerrillero que esperaba pelea encarnizada y Conde no es torero de guerras cruentas.
Buscador del sueño de torear para su sentimiento no era precisamente el encastado colorado de Cuvillo el dulce amigo-toro esperado. Trató de sobreponerse pero más fue la voluntad que el acierto. Se metieron con él. A Manzanareslo vimos en Málaga como un torero que necesita su tiempo, que está en mantillas de muchas cosas y que su marca de la casa le vale para esperar de él que se cuaje y ofrezca tauromaquias para paladear el buen toreo. Pero al menos en su comparecencia malagueña parecía buscar el norte de las faenas como si no hubiese un público delante que exige una construcción de la obra y una definición clara del toreo.
Su primero fue buenísimo en la muleta y Manzanares no encontró nunca el ritmo. A veces rápido, a veces descolocado, pero eso si mucho tiempo pegando pases y buscando esa armonía que encontrará con más facilidad cuando adquiera experiencia. El último fue un sobrero más basto de hechuras que tuvo nobleza pero también poca casta y nula transmisión. Allí estuvo de nuevo, con voluntad, pegando pases. La corrida de Cuvillo, bien presentada y variada de juego, resultó un conjunto muy interesante para no aburrirse nunca con ella. Hubo material que no siempre se moldeó y eso en estos tiempos de carestía bovina suena a despilfarro.