Salió el primer toro y según salía se adivinaba su condición. Pasito corto, mirada perdida en la elección del objeto deseado, trote cochinero pero altivo y dos velas por delante de padre y muy señor mío. Era un toro talludito, cumplía en breve los seis años de experiencias campestres y tertulias de corrales y así no se la daban ni con queso. Huía en cuanto el armamento de la caballería le acosaba y lo hacía con sapiencia y regate de manso orientado. Le pusieron banderillas negras. Rebrincos y saltos pegó y el pobre de Ricardo Ortiz alucinaba al observar el acontecimiento. Al final, arriesgando el pellejo y con varios moratones en el pecho, llegó el torero incluso a acabar con la prolongada existencia del regalito en cuestión. Estuvo Ortiz importante con el cuarto, un toro que conocía a la perfección que en su viaje tras el engaño se dejaba algo atrás. Muy seria y cuajada la res fue la predisposición del torero la que hizo que se tragara meritorias series por el lado derecho. Tenía la oreja en el esportón pero pinchó reiteradamente y el esfuerzo quedó baldío de premio.
Víctor Puerto trató de consentir a su primero, al que faltaba el último tranco en las embestidas y ganas de batalla larga, pero a base de llevarle al principio a media altura, de perderle pasitos para no agobiarle ni obligarle, consiguió concretar dos series muy templadas por el pitón derecho que le valieron la aprobación popular. Técnicamente perfecto, la falta de chispa y casta del astado dejó todo en una ovación. Cortó la oreja del quinto al que entendió desde el primer momento y con el que fue la cosa de menos a más. Muy por encima de la condición del toro, acertó a dejarle los vuelos de la muleta en el hocico con lo que las series tuvieron la continuidad necesaria. Una buena estocada y premio.
Antonio Barrera, nuevo en La Malagueta, tuvo su primera historia taurina en Málaga con un toro al que costaba un mundo desplazarse. Lo hacía a regañadientes pero si se le insistía y se le dejaba la pañosa en la cara, sin perderle pasos, el toro sacaba un restito de buen fondo allá muy abajo de su depósito de raza y esto sirvió para que la entrega de Barrera tuviera su premio final. Oreja. Quiso rematar la cuestión en el sexto, empleándose a tope para arrancar una oreja que le valiera la puerta grande pero aquí habría que usar la manida frase de El Gallo, aquella de ‘lo que no puede ser…’ y no pudo ser. El toro daba más cabezazos y mordiscos que Tyson en su época mala. Nulo recorrido, las manos por delante y defensa a ultranza de su desrazada condición. Manso al fin e imposible de pasar por la faja con armonía. Esfuerzo de Barrera tratando de arrancar medios muletazos que no tuvieron premio.