Enfermó la tarde a golpe de contagio, como en una de esas enfermedades que viajan en virus galopante. Una tarde de reventón, con la reventa trabajando, reventada. Todo el que poseía una entrada la portaba con ilusión. Bueno, no todos, los del 8-sombra, ganaderos, primos de ganaderos, yernos de ganaderos, ‘arrejuntados’ a ganaderos… llegaron a la plaza como todos los días de todos los años, a pegarse codazos. El festejo, los toros, y el resultado no hicieron felices a nadie. Ni siquiera a los de los codazos, pudieron largar poco.
El virus fue la corrida de Montalvo, de la que se contagiaron público y toreros. Sólo un momento álgido: el tercio de quites al quinto, un toro que se movió poco pero con nobleza. Por chicuelinas de rodillas quitó Abellán e invitó a El Juli que repicó por lopecinas, a pesar de que el toro se venía andando y tranqueaba poco y al final. Abellán le respondió con tres ajustadas gaoneras. A partir de ahí se acabó todo, porque el toro no se movió, a pesar de la insistencia y los cites lejanos de Abellán, que se pegó un arrimón y fue premiado con una oreja.
El primero de la tarde miró por encima del palo, y para ligar los pases había que impedir que se parase, corrigiendo el defecto de echar la cara arriba entre muletazo y muletazo. Lo consiguió Abellán por el pitón izquierdo, pero a la faena le faltó escaparate, enseñarla más. Lo mató de estocada baja.
El tercero fue un manso que declaró su condición de salida y que llegó a la muleta sin recorrido, muy apagado y excesivamente descolgado el cuello, como afligido, delante de la muleta que le presentaba Abellán. El torero lo intentó en los medios, pero faltaba toro.
El Juli tuvo que hacer un esfuerzo en el segundo. El toro metía la cara entre las manos y se repuchaba antes del primer cite, amagando, y cuando se arrancaba lo hacía sin desengañarse y no parecía metido en la muleta, embistiendo con probaturas. Siempre en los medios, El Juli logró tandas cortas por los dos pitones, sobre todo por el derecho. No fue una faena maciza ni desgarrada, sino soterrada, muy para los sotanos del aficionado.
Pero algo indicaba que El Juli también se iba a contagiar del ambiente y lo hizo en el sobrero, un toro justito, sosito, pero que al sobarlo se desengañó y comenzó a embestir sin mucho recorrido pero con rectitud. Logrado esto, El Juli se fue pronto a por la espada al no encontrar eco en el público. El sexto le duró un suspiro, apenas una tanda, antes de comenzar a aplomarse y después de haber embestido poco y calamocheando.
Así las cosas, del contagio general, salimos todos enfermos. Incluso el espontáneo que saltó a la arena cuando devolvían al sobrero: pobre de él, no le pudo dar un pase.