En Linares no rompió tampoco hoy la feria, pero sendas faenas de Finito de Córdoba y Enrique Ponce salvaron al público del tedio. La de Finito, a un toro noble, fue bonita, con calidad y pulso, y por tanto, buena. Y la de Ponce, meritísima porque el toro que tenía delante no quería embestir, y en manos de Ponce embistió. Fue buena su faena, y aunque con menor rango estético, también fue bonita porque bonito es contemplar el magistral dominio del hombre sobre el animal.
La de Finito tuvo un prólogo soberbio en la brega suave de Juan Montiel y en los colosales pares de banderillas de Curro Molina. Ya en el último tercio, Juan replicó a sus compañeros de plata (¿se le puede llamar a Montiel y Molina subalternos o peones?) con un toreo de trazo largo, con empaque y ritmo, suave y acariciador. Así fue capaz de llevar pulseado en tres series diestras a un noble toro de Pereda que no duró mucho. Una pena, porque con más motor la faena hubiese ido a más, en vez de ir –como fue –a menos. Más molesto fue el bien hecho sexto, mansón de salida y con incómoda movilidad en la muleta. No se arrugó Juan Serrano, que hizo su esfuerzo y le arrancó pases con ambas manos que le hubieran valido la Puerta Grande de no fallar con la espada. Pero para matar un toro, hay que exponer un poquito más.
Mucho expuso en cambio Enrique Ponce frente al quinto, un animal cuajado y de anchos pechos que serían la envidia de más de una señora. Embistió bruto el toro, como sin querer hacerlo, pero Ponce lo sometió en una gran tanda al natural en la que llevó al toro cosido en el engaño de forma magistral. Le dolió al toro el esfuerzo, y a medida que avanzaba la faena se ponía más reservón hasta acabar totalmente parado. Pero antes, Enrique le arrancó más naturales de impecable técnica, con toques milimétricos que hacían avanzar al de Pereda muy a su pesar. Tras una serie en redondo ligadísima, el toro echó el ancla y Enrique lo mató con facilidad suprema.
En su primero, inmóvil, nada pudo hacer, y tampoco Joselito tuvo demasiadas opciones con un lote compuesto por un toro manso venido a menos tras el duro castigo en varas, y por un colorao agresivo y nervioso. Joselito no lo vio claro, anduvo apático y desinhibido, y el personal acabó metiéndose con él.