Perera cortó cuatro orejas y se le pidió el rabo
Ponce paseó una oreja de cada uno de sus toros
Talavante cortó una oreja, la única que le ‘dejó’ su mala espada
Vídeo resumen de la primera corrida de la feria de Roquetas de Mar | TOROS ROQUETAS DE MAR
MIGUEL FERNÁNDEZ MOLINA > Roquetas de Mar
Cortar cuatro orejas y salir insatisfecho implica ambición sincera. Mucho no basta. Sólo vale -y a veces tampoco- el todo. Por eso será que a Miguel Ángel Perera, gran triunfador en Roquetas de Mar, desorejar a dos toros le supo a poco. Faltó el rabo del quinto, que pidió toda la plaza y negó sólo uno. Detrás del descontento y ese hambre insaciable quedan dos faenas de total superioridad al lote de la mediana por juego y bien hecha corrida de Alcurrucén.
De ambición también sabe y de qué modo Enrique Ponce, que peleó el triunfo como quien empieza en esto para compartir salida en hombros con Perera. Alejandro Talavante, todo personalidad, cortó una oreja, la única que le ‘dejó’ su mala espada.
Salió en su lugar un colorado lucero más serio al que vio virtudes Perera y mandó cuidar en un testimonial paso por el caballo. Acertó, porque término formándole un lío bueno. El ‘núñez’ tuvo mucha calidad y humillación, con el pero de su leve falta de celo y su tendencia, aunque sin rubricar, de querer irse a tablas. Perera lo entendió perfecto y, luego de un estaticista recibo con la rodilla flexionada, le corrió la mano con mucho temple. Se gustó el extremeño, especialmente al natural, y se dio importancia aguantando los parones finales del toro -había que tocarle con los engaños- y dejándoselo llegar. El descabello no quitó lo que parecía seguro tras su buena estocada: dos orejas. El segundo, montado y más feo, evidenció problemas en su mano derecha y, tras una larga espera, fue devuelto.
Fue caer el quinto y desatarse el griterío en Roquetas. Perera acababa de superar lo hecho en el segundo y, por eso, el rabo se solicitó con toda la fuerza, misma que tuvo la bronca al Palco. Antes de eso, el extremeño le había hecho de todo al noble quinto, bien construído y acapachado de cuerna. Perfectamente ordenado en su cabeza, el conjunto no tuvo defecto. Como antes, primero toreó con temple por ambos pitones, sujetando la huidiza condición del astado. Tras afianzarlo comenzó lo mejor. En los medios y con las zapatillas atornilladas a la arena, Perera dio un recital de superioridad. Se pasó al toro por detrás, por delante, a mano cambiada, sin ayuda, al paso… Le hizo de todo y todo fue natural. Mató bien, estuvo torero en la caída del toro… y las dos orejas supieron a poco al público.
Enrique Ponce abrió la tarde paseando una oreja del primer ‘Alcurrucén‘, un ejemplar manejable, pero desclasado. El mérito del valenciano fue, desde el comienzo de la lidia, buscar encelarlo en las telas. Tras un fuerte tercio de varas, Ponce consiguió en la muleta alargar un tramo la corta embestida del toro, especialmente por el pitón derecho, por el que fundamentó una faena limpia y bien compuesta rematada de estocada entera.
Con la ilusión del que debuta y, posiblemente, con más ambición que ese joven, salió Ponce a ganarse el triunfo con el cuarto. Aunque el animal se movió primero a arreones y cuando bajó un punto costó ligarle muletazos, el de Chiva se las ingenió para dar forma a una labor plena de querer. Alternando manos, series y alturas, Ponce terminó haciendo ‘suyo’ al de Alcurrucén. Mucho de técnica, mucho de conexión con un público entregado y dosis de estética en la composición y el toreo al natural con la figura relajada. Escucho un aviso y la estocada, casi entera, certificó su éxito.
La espada arruinó una faena nada convencional de Talavante al tercero, toro con mucho cuello y seriedad por delante. Él es un torero distinto y no hay ningún ‘a priori’ en sus faenas. Esta la empezó con una mixtura de lances: farol de pie, cordobinas, chicuelinas, alguna verónica… Todo por abajo, como habría de torear tras echarse de rodillas en el inicio de muleta. No es su primera vez, pero siempre impacta. Ya de pie toreo con relajo sobre ambos pitones, humillado el toro, por abajo la muleta. Y ahí, su toque: cada tanda tenía un prólogo o un epílogo ‘distinto’. El premio, tras las manoletinas perpendicular a tablas, hubiera sido grande, pero la espada tampoco viajó como se esperaba. Frío silencio pre-merienda.
Talavante cerró la ya noche con una faena que tuvo tramos de diferente intensidad pero también muletazos de muy bella factura y de natural composición. Aunque la espada volvió a hacerle un extraño de primeras, a la segunda acierto, lo que le validó una oreja.
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