
21/04/2007
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La corrida más deseada, la que antes agotó el papel cuando se abrieron las taquillas, tuvo un gran comienzo y un mejor final. Lo del centro fue menos relevante, pero en los extremos de la tarde Castella y Talavante se encargaron de justificar los precios astronómicos que muchos pagaron por una entrada para este cartel del que se esperaba que saltaran chispas en el ruedo.
La lluvia estuvo a punto de abortar el choque en la cumbre de estos tres aspirantes al trono del toreo. Una de las típicas pizarras anunciadoras de la Maestranza despejaba la duda: ‘Por decisión de los toreros se da el festejo’. A esa hora llovía, pero estaba claro que los tres perros de presa que aguardaban en el patrio de cuadrillas no iban a asustarse por cuatro gotas o un ruedo medianamente resbaladizo. Lo que no entendí muy bien es que algunos espectadores protestaran cuando salieron al ruedo para hacer el paseíllo: el que no quiera mojarse, que lo vea por el Plus, que lo bordan.
Claro que a los protestones no les dio tregua Castella, porque de buenas a primeras empezó a darle lances –y buenos- al toro que abría plaza, que resbalaba pero que empezaba a embestir con clase ya en el capote. Un quite por chicuelinas del francés secó la boca de la plaza por ajustado y valiente. El toro fue muy bien lidiado por Curro Molina, marcando un son y una calidad en la brega que mantendría en la muleta. Castella se lo pasó por la espalda dos veces con ajuste y lo remató de pecho con verticalidad y señorío. Buen comienzo. Luego dos series zurdas templadas y ligadas. Largos los muletazos.
Castella en son de torero grande. Por la derecha otra vez el toreo ligado en un palmo de terreno. Perfecto hasta que el gran toro de Torrealta comenzó a agotarse y Castella fue a buscarlo y se metió entre los pitones. Todo presidido por una verdad apabullante hasta el final, cuando también se entregó en la estocada para lograr una oreja de mucho peso. Hubo quien pidió dos, pero estuvo bien con una.
No es que no pasaran cosas hasta el sexto, que pasaron, pero ninguna con la contundencia de esa primera faena o el impacto de la que Talavante realizó al toro que cerró plaza. Pasó, por ejemplo, que Miguel Ángel Perera se picó en quites con Talavante, dejando ambos que los pitones pasaran rozando sus cuerpos en las chicuelinas y la gaoneras que ejecutaron uno y otro. Sucedió también que en su primera faena Perera se dejó tocar bastante la tela por un toro brusco y difícil de templar, lo que le apeó de momento de la lucha. También pasó que Talavante tuvo problemas para transmitir cosas al tendido y que quiso solucionarlo por la vía del tragantón ante un toro que ya le había echado mano una vez y que le perdonó otras dos o tres veces.
Castella, el torero de los nervios de acero, se puso a torear al cuarto como si fuera el primero, con la particularidad de que este toro fue el de más guasa de la corrida. Su estoicismo adquirió máxima expresión en este toro, con el que anduvo a gorrazos, con solvencia, mente lúcida y valor a prueba de bombas.
Todavía con lo mejor por llegar, Perera nos ilusionó con un par de series diestras que el quinto, sobrero de Zalduendo, se dejó pegar. El animal, noble pero poco humillador, se fue desinflando y dejó inacabada la labor del torero.
Y por fin llegó el sexto. Otro buen toro, con más pujanza y profundidad que el primero de la tarde y por eso menos fácil que aquel. Toro para encumbrarse o palmarla. Talavante comenzó por torearlo templado y con muy buen aire a la verónica y, después de medirle el castigo, le planteó una faena basada en la quietud, en la verticalidad y en una ligazón intensa. Primero toreo diestro, ligado sin solución de continuidad, girando sobre los pies.
Después, toreo al natural para que la faena creciera y se elevara al nivel de acontecimiento. En las dos primeras series por ese pitón no crujió al toro. En las dos siguiente, sí. La plaza lo notó y se entregó –ahora sí- con este extremeño de aires tomasianos. Esas dos series de naturales de mano baja, rematados los muletazos muy atrás, marcaron la cumbre de la corrida. Talavante iba camino de las dos orejas cuando se puso a pinchar después de colorear su actuación con unas bernardinas. La plaza le maldijo: no se puede torear un toro así y luego no matarlo. ¡Pecado mortal!
Plaza de toros de Sevilla. Noveno festejo de abono. Lleno de «no hay billetes». Cinco toros de Torrealta y uno de Zalduendo,lidiado como sobrero en quinto lugar. Primero, con calidad; segundo, bronco; tercero y cuarto, complicados; quinto, noble; sexto, bravo, el de mejor juego de la corrida. En el arrastre: primero, ovacionado; segundo, palmas; tercero y quinto, silencio; cuarto, leves pitos; sexto, ovación. Sebastián Castella, oreja tras petición y silencio; Miguel Ángel Perera,palmas y silencio y Alejandro Talavante, silencio y ovación con saludos tras aviso..
CRONICA FOTOGRAFICA DE MAURICIO BERHO
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