La corrida comenzó mal, discurrió por el sendero de turbiedad y terminó hosca y desagradable. El último toro de Valdefresno, perverso donde los haya, se coló por debajo del capote del banderillaro Rafael Pacheco, que ocupa plaza en la cuadrilla de Serafín Marín reemplazando al lesionado César Pérez, y lo zarandeó malamente llevándolo cogido por la pierna izquierda. En la enfermería lo operaron de una cornada con orificio de entrada y salida.
Tres veces lo había puesto al caballo el espada catalán. Debutante hoy en Vista Alegre, tras apreciar que había quedado enterizo a la salida del segundo encuentro con el picador y que su comportamiento era el de un manso difícil de domeñar. Se quedó corto. Una vara más, habría reducido la protervia del toro y simplificando, en gran medida, las dificultades que entrañó su lidia. Principiaba faena el diestro en los medios y a la salida de su muletazo, le alcanzó de lleno un pitonazo en el pecho que lo dejó medio grogul en el suelo. No fue necesaria la cuenta del árbitro. Repuesto, volvió a intentar el toreo fundamental. Dos veces consecutivas le desarmó el toro, orientado ya del todo por donde iban los tiros. Tomó entonces la pelea un cariz imposible y Marín, tras machetearlo cazó al perverso animal, al segundo viaje, de estocada trasera. El amargo desenlace de la corrida no estuvo en consonancia con la presentación y el nudo de la misma.
El toro que abrió plaza manseó en los primeros tercios afeándole a Ferrera el de banderillas al no permitir que se luciera más que en el primer par. Acometió temperamental a la muleta en el comienzo de faena y sacado fuera, a los medios, tomó el trapo con genio antes de rajarse. El fogoso trasteo lo cerró el extremeño de media atravesada y tres golpes de verduguillo. Mejoró la puntería para acabar con el cuarto. Lo tumbó de pinchazo y estocada baja de la que salió rebotado. Con anterioridad, ocupado en ponerlo en suerte al caballo, el torazo de Valdefresno le había golpeado donde más le duele a un hombre, razón por la cual no extrañó que el tercio de banderillas le quedara al biés.
El dolor de entrepierna descolaca a cualquiera. Probó Ferrera la catadura del rival con la muleta en la mano derecha y lo previsible se constató realidad. A toro inmóvil no hay quien le dé un pase. Al segundo en turno, justo de fortaleza, se le ayudó a cruzar la frontera del tercio de varas con el de banderillas. Abrió Robleño faena con ayudados por alto y luego de una primera serie que tuvo ritmo e ilación, el toro se puso a escarbar anunciado su deseo de proseguir la contienda cerca de tablas. En esos terrenos provocó la embestida el madrileño, voceándole al toro en cada cite por ver si excitándole también el sentido del oído la cosa funcionaba, pero ni por esas. Pusieron fin a la perseverancia un espadazo casi entero y cuatro descabellos.
Del quinto, adornado con dos bieldos de aquellos que se veían por las eras castellanas antiguamente en los meses veraniegos, sacó muletazos de buen trazo a fuerza de insistir, pues aunque el toro tomó el engaño con franqueza, le costó repetir las arrancadas. Trabajó insistente y porfión del que desistió al hacerlo el toro. Volvió a estar fallón con los aceros y oyó un aviso. El tercero, salió de toriles renco del tercio posterior. Completamente anquilosadas, llevaba las patas a la rastra y el público lo protestó. Las atenciones de los toreros a las que se unió la rapidez del presidente en sacar el pañuelo para cambiar el tercio de varas, posibilitó a Marín completar la lidia e imponer su dominio con aplomo y solvencia. Varias veces, bebido a la acusada endeblez, el toro se cernió quedándose sobre la marcha muy toreramente. Unas ajustadísimas manoletinas fin de faena llegaron al público y fue una pena que en la ejemplar ejecución del volapié la espada entrara contraria y no rindiera al toro. La oreja habría redimido ligeramente una corrida chunga de verdad.