Hay indescifrable pasión por el caraqueño Leonardo Benítez entre los públicos de Venezuela, como lo demuestra el hecho que por segunda vez se haya agotado la boletería en el coso Monumental de la Ciudad de los Caballeros. No defraudó el caraqueño a los andinos, pues sus faenas fueron, además de pletóricas de entrega, variadas y emotivas. Cortó una oreja en su primero, pero el recuerdo de su gran tarde, de su torerísima tarde, será el mejor de los trofeos para los días por venir.
El rejoneador Javier Rodríguez fue ovacionado en su lidia con sus jacas Generoso y Relicario, dejando pares muy aplaudidos entre los que se destacó la suerte del violín. Mató de dos intentos, dejando tres cuartos de rejón y otro entero para dar la vuelta al ruedo
El primer toros de La Cruz de Hierro fue ovacionado en su salida por su bellísima estampa, el cárdeno hizo que el público se pusiera de pie para aplaudirle, hecho insólito en plazas venezolanas donde se lidian toros de escaso trapío. El caraqueño Benítez ha estado sembrado con el capote, tanto en los lances a la verónica como en sus luminosos quites por caleserinas y por gaoneras. En banderillas dejó tres soberbios pares, dos al cuarteo y el tercero de poder a poder, escuchando cerrada ovación con el público de pie. Doblándose en los iniciales muletazos, Leonardo se fue a los medios para torear con mando, entrega y temple, tanto con la mano derecha como por naturales, aclamándosele su faena completísima por un público que se le entregó sin reservas.
Mató de estocada entera, y como tardaba en doblar recurrió al descabello. Le concedieron una oreja y hubo fuerte petición de un segundo apéndice. El toro, de nombre Espíritu Guerrero, fue calurosamente ovacionado en el arrastre.
Manta al Viento fue el nombre del segundo toro de Benítez. Todo un toro con presencia, trapío, personalidad y emotiva bravura con el que Leonardo se fundió en verónicas de estatua. El toro fue bravo con los montados, metiendo los riñones y peleando por derecho. Benítez quitó por caleserinas y dibujó gaoneras en el corazón del albero, que latía con fuerza como toda la plaza. Le brindó la muerte de este gran toro a su compañero de muchas tardes, Manuel Díaz, El Cordobés, y con serenidad y aplomo compuso una bella y magistral faena con muletazos quedos, templados, de estructura de acero que cincelada sobre cincelada crearon y moldearon sobre la piedra de la bravura la apoteósis torera.
Sinfonía inconclusa, hay que denunciarlo, a pesar de la aparente gran estocada. El toro se amorcillo, pasó el tiempo, el torero recurrió al descabello y acertó en el sexto envite. Todo se perdió en los trofeos, pero no en la memoria porque la faena es de las que crecerán en el tiempo y en la memoria. Merecida vuelta al ruedo a los nobles despojos de Manta al Viento.
Antonio Barrera recibió de rodillas y al hilo de las tablas al alegre Cuerno de Ciervo, con una larga afarolada. Le lanceó un tanto atropellado antes de llevar al toro a los caballos. En varas fue castigado en serio el toro, con tres puyazos fuertes. Tal vez excesivo castigo. Cambió su alegría por sosería en la muleta el toro de La Cruz de Hierro y el sevillano abrió fuegos, otra vez, de rodillas y en el tercio. En los medios calentó al público con buenos derechazos. Probó por el lado izquierdo, desanimándose con las desanimadas embestidas del astado. Poco a poco se apagó la alegría del toro, que no sólo no atendía los engaños sino que se iba en busca del refugio en las tablas. Mató de estocada entera y escuchó leves palmas el torero español.
El garbanzo de la corrida fue el sexto de la tarde, segundo de Barrera. El sevillano estuvo voluntarioso ante el peligroso animal que mató de gran estocada y se le silenció su labor.
El francés Sebastián Castella demostró su oficio ante un toro con dificultades, que sólo le permitió lucimiento con el capote. Voluntarioso, sería el exacto resumen de la actuación del galo con el toro que siempre llevó la cara alta, saliendo distraído en cada muletazo. Mató de pinchazo y estocada. Silencio. Un hermoso toro el epílogo de la corrida, un toro bravísimo en los caballos, que propinó varios tumbos. Fue acribillado por los ineptos varilargueros. Castella se lució en naturales sueltos, ante un toro soso, al que no pudo matar y le sonaron los tres avisos.