Por ANA PEDRERO
Confinados. Así nos quiere el Gobierno. Confinados, en casita, como apestados, como portadores de un virus. No hablo del Covid-19 ni del Estado de Alarma. Hablo del sector taurino, desde los ganaderos a los toreros, desde los profesionales hasta el último aficionado. Confinados.
Hace años que quieren mandarnos para casa. Unos lo llevaban por escrito en su programa. Otros de forma más ladina, a la chita callando, traicionando no solo la libertad de miles de aficionados, sino también a centenares de alcaldes y concejales de su signo; centenares de alcaldes y concejales sin complejos de pequeños y grandes pueblos que no entienden su fiesta grande sin los toros en las calles, en los prados o en la plaza. Los toros y el baile. Alcaldes y concejales, vecinos de esa España Rural con la que se les llena la boca cuando no tienen ni puta idea de lo que es la España Rural.
Un Gobierno que traiciona a tantos buenos aficionados que militan en su ideología de izquierda y se ven vendidos por un partido de maricomplejines que confunde la velocidad con el tocino, la caspa y la casta y la casta y la pasta.
En esta gran crisis que nos asola, da igual que el sector del toro genere 200.000 puestos de trabajo directos e indirectos; da igual que sea el segundo espectáculo de masas que más dinero ingresa en concepto de IVA a las arcas del Estado. Sí, ese Estado que somos todos, ese Estado al que le estamos pidiendo para san acá y san allá. Ese Estado que en sus Presupuestos Generales destina una miseria, unas migajas a la Tauromaquia, cuando no un cero patatero como ha ocurrido en tantos ejercicios.
Confinados. El mundo del toro está condenado, confinado, sentenciado desde hace mucho, muchísimo tiempo. Y da igual que lo denunciemos los periodistas en los medios taurinos que sólo leen los taurinos, en los que de vez en cuando en cuando se cuela algún antitaurino para ponernos a parir o para mearse encima de nuestra tumba, que sale de balde en los tribunales.
Da igual porque quienes tienen recursos, visibilidad, peso social, no dan el golpe en la mesa o la patada a la farola, que es el lenguaje que entienden los hacedores de escraches, los tumbadores de Cátedras de Estudios Interdisciplinares en Tauromaquia, los insultadores anónimos en las redes, los que han vejado impunemente a la viuda de un torero sin que una voz feminista, ni una sola, se haya alzado en su nombre, los que amenazan de muerte a un torero, un hombre, un ciudadano, que ni siquiera tiene derecho a denunciarlo en las redes.
Por eso el fútbol, único espectáculo de masas por delante de la tauromaquia, ya tiene negociado un futuro, un calendario, una publicidad, una televisión, incluso unos test que no tienen aún miles de médicos, mientras los profesionales, empresarios, ganaderos, aficionados, toristas, toreristas y mediopensionistas que cotizamos como todo perro pichichi, nos quedamos a dos velas o seguimos accediendo de pago a lo que nos programen. Tó pa mí. Siempre Tó pa mí.
Confinados. Así nos quiere este fascismo disfrazado de libertario que sueña con echar el cerrojo a todas las plazas. Qué gran ocasión, por cierto, para haber abierto los contenidos taurinos a todo el mundo y mostrar la cultura de la dehesa, la cría del bravo, el rito, la esencia, el misterio, e intentar captar nuevos aficionados, aunque uno solo fuera, que entendiese el entramado de cuerpos y almas que giran en torno al toro.
Confinados. Así nos quieren. Mendigando, como si fuésemos de tercera. Y así estamos. Confinados y acomplejados. Confinados, sin meter ruido. Confinados.
El virus, sin duda, está dentro.