Un buen novillo de Triana que por su completo juego y ante las corridas precedentes, mansas y descastadas, pareció extraordinario, abrió de par en par la ventana de la esperanza a una gran tarde de toros. Le correspondió al novillero ecuatoriano Juan Pablo Díaz, desigual manejando el capote, gestual e impreciso con las banderillas y más centrado en la faena de muleta. Por el pitón derecho cuajó tres tandas francamente buenas, con justeza y esmero. Sin mediar, tamizó algunos muletazos de largura y temple. La gráfica de la faena descendió al torear al natural y al regresar la muleta a la diestra, aunque volvió a impulsar el trasteo hacia arriba, ya no logró las cotas anteriores. Un par de circulares de espaldas y un desplante torero cerca de los pitones dieron por cerrado el trasteo. Con la espada tiró a asegurar y dejó una estocada honda, trasera y atravesada. El público pidió para él una oreja.
Algunos lances elegantes aderezaron el saludo capotero de Leandro Marcosal segundo de la tarde, un novillo de bonitas hechuras muy bien picado, pero que careció de fuerza en el último tercio. Las tandas del vallisoletano quedaban inconclusas en el momento de dar el pase de pecho. Las perezosas embestidas del animal se interrumpían en el momento de abrochar las series con el pase obligado. La prueba del natural no resultó positiva, se quedó corto el novillo por el pitón izquierdo en los dos primeros muletazos y en el tercero prendió al novillero por la pierna izquierda, abriéndole un ojal en el pernil de la taleguilla, por suerte sin calarle. Fogoso volvió a la cara del novillo Leandro Marcos y se lo encontró rajado ya en ese pasaje de la faena, con ganas de echarse. Lo haría poco después de dejar el vallisoletano un pinchazo.
La irrupción de David Galán en el ruedo de la plaza de Iñaquito ha sido como si el Pichincha hubiese expulsado una bocanada de ceniza. Toreó temperamental y a ratos revolucionado. Recibió al toro con una mezcla de verónicas y chicuelinas, quitó por caleserinas a la velocidad del rayo y prendió el entusiasmo en los tendidos. David Galán es fuente de simpatía y atesora el poder magnético de los toreros populares. Abrió faena recibiendo al novillo con un pase cambiado en los medios, hilvanó tandas de buen toreo por el pitón derecho y perfiló algunos naturales de calidad. Venido a menos el novillo, encadenó molinetes por el pitón izquierdo de rodillas y se descaró arrojando lejos de sí espada y muleta, conmocionando al público quiteño. Con todo ese acopio de méritos se precipitó al dejar una estocada que asomaba por el costado. Para acabar con el burel introdujo el acero hasta la mitad, un tanto atravesado, y el premio consistió en una vuelta al ruedo.
La ventana se cerró de un portazo a la altura del cuarto de la tarde. El novillo titular fue devuelto por manso y sustituido por otro de La Viña, manso al cuadrado y, además, de una protervia fuera de lo común. Se puso a la defensiva y, sin acusar querencia, esperó la llegada de los caballos de Diego Ventura para arrancarse en arreones malintencionados y golpear la grupa de las cabalgaduras. Su malévolo instinto propició que el rejoneador adoptara ciertas precauciones, pero para dejar rejones, banderillas y rosas hubo de arriesgar y prácticamente en todos los embroques sus caballos resultaron alcanzados por el novillo. Dejó con trabajo un rejón atravesado y para apiolar a la fiera corrupia echó pie a tierra, mantándolo de un certero descabello.
La segunda parte del festejo no tuvo nada que ver con la primera y todo signo de esperanza se evaporó paulatinamente. El quinto novillo sufrió dos batacazos que acabaron por invalidarlo. Juan Pablo Díaz, obstinado en torear lo intoreable, llegó a ponerse pesado y el público le reconvino a que diera por terminada su última actuación como novillero. Lo hizo de pinchazo y estocada entera.
Otro torete sin fuerza, que salió de toriles trompicado y embistió sin brío marcando un ritmo cansino, le correspondió al vallisoletano Leandro Marcos en sexto lugar. La porfía resultó baldía, casi literalmente pegados toro y torero a tablas y sin un mal muletazo que saborear. Lo pinchó una vez antes de apiolarlo de una estocada trasera.
Y para terminar, como epílogo al muestrario de descastamiento, un segundo sobrero que no mejoró en nada el comportamiento de sus hermanos. Acometió refrenándose en los capotes y, azuzado por los banderilleros, consintió en acometer media docena de veces en el percal de David Galán que, de nuevo, ensayó la mixtura de verónicas con chicuelinas. Al salir de una serpentina se notó en su rostro que la altura estaba haciéndole mella. Blanco como la leche, tomando aire con la boca abierta, David Galán pasó un mal rato tratando de torear al deslucido novillo de Triana. En esta ocasión toda su animosidad quedó en mero embarullamiento y algún que otro golpetazo como consecuencia de la merma física. Arriesgó en el encuentro para dejar una estocada, y con un posterior descabello puso fin a una tarde en la que nos las prometíamos felices y lo del primer novillo resultó ser un espejismo.