El Zapato de Oro, expuesto hasta última hora sin que ninguno de los pretendientes venidos de distintas latitudes lo hubiese cortejado en serio, ha pasado hoy de mano en mano o, quizá es más propio decir, de pie en pie, en cuestión de minutos.
Primeramente, se lo ‘calzó’ Javier Valverde, incrédulo al ver cómo tras atronar el tercero de su cuadrilla al tercero de los novillos de Adelaida Rodríguez, los tendidos se cuajaban de pañuelos y el presidente le otorgaba las dos orejas. No terminaba de creerse el novillero salmantino la proeza, porque lo que empezó siendo una faena insípida, de indolencias y caídas del torero, acabó en trasteo de buena calificación merced a tres brillantes tandas de naturales. Esa faena, concluida de una estocada tendida y trasera, pero en línea con la espina dorsal del toro, le acercó las mieles del triunfo a la boca. Poco le duró el almíbar en los labios a Valverde, justo el tiempo que Luis Vilches tardó en ponerse de acuerdo con el cuarto novillo para tejer un denso entramado torero.
El refinado entendimiento entre novillo y novillero condujo a la vertebración de una faena bien explicada a base de conductores muletazos, de mano muy baja cargados de mando y temple. Anunciaron el paso a la estocada, la trinchera, el pase de la firma y la floritura ornamental y de media en buen sitio, tumbó al toro.
Ése ha sido el meollo de una faena que tuvo otros momentos de indudable interés. El propio Vilches entró en el hondón de la consideración popular porque toreando al primer novillo, otro gran ejemplar de Adelaida Rodríguez, su muleta se desenvolvió con elegancia, oficio y temple. La faena actuó de disolvente limpiador del chorretón de zafiedad dejado por la mayoría de sus colegas, pero a esa faena no le puso adecuada rúbrica el de Utrera y sólo cortó una oreja. Otra le dieron del sexto a Javier Valverdecompensatoria de un trabajo liviano, sin consistencia. El premio iba adherido en el rebujo triunfal de la tarde y Valverde lo aceptó de mil amores.
En medio del intercambio de oportunidades entre Vilches y Valverde, las actuaciones de Antonio Bricio con los dos novillos más desfortalecidos, presentaron tonalidades oscuras. Si opaca quedó su voluntariosa faena al flojo segundo, la que hizo al desmadejado quinto significó el paso de la claridad a la oscuridad de un túnel donde la buena disposición del mejicano no fue suficiente para alumbrar y calentar la sensibilidad de los espectadores.