Con un agobiante calor, el público madrileño se traslado hasta Aranjuez para ver a las figuras, el día de San Fernando.
El cartel prometía, pero cuando ya habían pasado quince minutos desde el comienzo de la corrida, aún había muchos aficionados intentando llegar a sus asientos. Esa fue quizás la causa por la que a Enrique Ponce no se le valoró su actuación con el que abrió plaza, un animal soso, al que Ponce intentaba torear sin encontrar colaboración. Tuvo que ser en el cuarto, un excelente animal que tomaba la muleta con brío y con una fijeza asombrosa, cuando Ponce consiguió una faena basada en el temple y la ligazón.
El toro prometía y así lo vio el valenciano, que lo recibió doblándose con él, consiguiendo unos bellísimos muletazos. Ponce conectaba con los tendidos, tanto que en ese momento un enfervorecido fan decidió demostrarle al torero su admiración y le tiró un par de botas. Preciosas, eso sí de fino tacón, que no sabemos de dónde habría sacado.
Ponce continuó su faena, esquivando el par de zapatos, uno aquí, otro allá, mientras que al alegre admirador se lo llevaba la policía. El valenciano se hartó de torearlo, por la izquierda, por la derecha, dibujando los mejores muletazos de la tarde. Lo mató bien cortando las dos orejas después de escuchar un aviso.
En el tercero, El Juli consiguió un emocionante tercio de banderillas realizado a un toro que arreaba mucho. Con la franela El Juli gustó pero pinchó hasta tres veces con el descabello, perdiendo así la oreja.
Fue en el que cerraba plaza, un animal muy feo que fue protestado desde que pisó la arena y que sin embargo humilló desde el principio. El Juli se entregó con él, metiéndose una y otra vez, entre los pitones, olvidándose por completo de que tenía cuerpo, juventud y una larga carrera por delante. El Juli se la jugó y tras una vibrante faena consiguió una oreja ganada a ley.
Manuel Caballero anduvo con ganas en el segundo, un animal noble y bravo con el que al albaceteño se le veía sobrado, lo mató de media estocada y fue ovacionado. El quinto se le rajó nada más salir y Caballero no pudo hacer nada.