Podían haber tocado pelo los dos. Pero el estoque les privó de trofeos. Aún así, tanto El Cid como Fernando Robleño demostraron que tienen valor sobrado, fundamentos técnicos y torería auténtica para dar y regalar.
La corrida tuvo ante todo seriedad. Los toros, cinqueños, armados y de irreprochable trapío, pusieron a prueba las facultades de la terna. Desentonó Rafael de Julia, exageradamente precavido con su primero y excesivamente pesado en el inválido sexto. Lo bueno de la tarde lo pusieron El Cid y Robleño.
Sus faenas tuvieron en común la seriedad y la firmeza. El Cid, ante un primero que sacó nobleza, se mostró solvente para llevarle con mando. Si no hubiese apuntado a los bajos con el estoque hubiese cortado oreja. El cuarto fue un manso que iba y venía a su aire con la cara alta y embistiendo al paso. El Cid se metió con él, se cruzó hasta meterlo en vereda y poderle. Fue una faena de torero serio, responsable, mal rematada de dos pinchazos y estocada entera.
Fernando Robleño citó a gran distancia al segundo de la tarde para llevarle en tandas en redondo con empaque y quietud. El toro se vencía por la izquierda y hubo de desistir del toreo al natural tras un espeluznante revolcón. Usó mal el acero y perdió el trofeo. El quinto era un toraco de 609 kilos que en la muleta sacó bondad y cierta calidad. Fernando Robleño cuajó una faena vibrante y seria. Mandó al toro con valor, siempre bien colocado y muy cruzado. Incluso se atrevió a adornarse a final de faena. Pinchó repetidamente y volvió a perder el trofeo.