Un público adicto a las revistas del colorín llenó en más de la mitad del aforo la plaza alicantina y puso un ambiente festivo que nada o muy poco tienen que ver con la seriedad de este espectáculo.
Entre El Cordobés y los públicos siempre ha existido muy buena conexión. Sin embargo, hoy parecía que no había forma de entenderse. Ante su deslucido primero, al respetable el cuerpo le pedía marcha pero el torero, pese a las nulas posibilidades del toro, no estuvo por la labor y cortó por lo sano. Pero salió el cuarto, excelente por el lado derecho y el torero fue a brindar al público sin poder consumar el acto, ya que no se lo permitieron. Al final, confiado en el triunfo, brindó a la hija mayor de Manzanares y se puso a torear muy bien -dentro de sus formas -con la mano derecha, y como remate, la rana. Los tendidos enloquecieron y después de una estocada, le pidieron las orejas pero sólo le concedieron una.
Lo mejor de la actuación de Rivera fue el toreo de capa ante sus dos toros, sobre todo a su primero, un ejemplar que llegó incómodo para el torero al último tercio por su constante gazapeo. Con el quinto, cuya mejor virtud fuer la movilidad, aunque ayuna de calidad en sus embestidas, Rivera estuvo desdibujado y sin sitio. Cuando permitió que el toro se fuera a tablas, ahí acabó todo. Mató mal y el público terminó enfadándose con él.
Después de un emocionante saludo capotero, El Califa dio el susto de la tarde cuando llevaba galleando el último toro al caballo y resultó cogido de forma espectacular. Con la muleta, y aunque sus dos enemigos resultaran muy deslucidos, no fue precisamente la tarde del torero valenciano. El bache que atraviesa El Califa se está demorando más de lo deseado.