BAYONETO
MADRID (España). Duele. De la forma más sincera, hay algo que no huele bien. Uno no sabe si porque dejó a Victorino o por otras razones que no vienen (o que si vienen al caso) el caso es que a Jiménez lo han juzgado como al César. El César tenía un hijo bruto y desleal que atendía por Bruto y que ayudó a matarlo a daga y cuchillo. Y a cuchillo parecen algunos ajustar cuentas y pleitos con César Jiménez, que ni es el César ni es bruto, sino un buen torero.
Un buen torero novillero, de esos de acné, cine juvenil y barrio de ciudad industrial. No un niño de papá mimado por la fortuna ni una afortunada figura con siete fincas y cuatrocientos quince sementales. Qué brutos son estos «Brutos». Algunos han encontrado en él una especie de cabeza de turco, una diana en una semana escasa de elementos informativos. O sólo le buscaron emboscados en la pura noche por sus malas tripas. No hay grandeza en desnudar a un joven, no hay sabiduría en despeñarlo, no hay valor ni demostración de conocimientos. Sólo brusquedad de corazón e injusticia taurina.
César Jiménez es un novillero que mató seis novillos en Madrid de forma fácil, sin agobios, con mejor o peor fortuna, con mayor o menor gusto. Que salió en hombros y que tiene muchas virtudes. Lo fácil es verle sus defectos y poner el ventilador del altavoz crítico y despiadado. Lo difícil es ver sus virtudes porque eso obliga a ver más allá. Querido César, los «Brutos» son ellos.