EL DARDO
ZARAGOZA Y SU TORO, por BAYONETO.
Bueno, pues ya está, ya se arrastró la de Samuel Flores, otrora ganadería de fuste con Ponce liderándola. Un broche sin mucho sentido, digo yo. Dicen las tablillas (las tablillas de los pesos mienten mucho, aunque no hablan nada) que pesaban desde los quinientos y pico hasta casi los setecientos. Por delante, leña para pasar el invierno en una lumbre continuada, de esas que se encienden en las chimeneas, por ejemplo los días de caza mayor en fincas como las del propio ganadero.
Daba grima ver a Uceda Leal con un lote tan sin sentido, lástima constatar la impericia de Millán ante un buey manso, cruce entre charolés y oso hormiguero. Y El tato, en la tarde de su adiós, despidiéndose en su plaza con uno de más de seiscientos kilos… Todo muy a contraestilo en una feria de contrastes, muy empeñada la empresa en encontrarle una personalidad que la defina y la diferencie… que la justifique. Un error desde el intranscendete punto de vista de este jugador de dardos, porque Zaragoza ya tiene su razón de ser y su personalidad: ser el último gran examen del año, la foto fin de carrera, el retrato de orla de fin de curso.
Y eso, con un toro normal, sin giros ni guiños toristas, ni sandeces al uso. Y con más tino en el campo, para tratar de lidiar corridas completas… El toro de Zaragoza está definido hace tiempo, a pesar de toda la problemática que hay para encontrarlo: ni son los de Matilla, ni el de Buenavista (que no embarcó para Madrid por grande) ni otros tantos ´pamplonicas´ de Jandilla, ni algunos de Carriquiri por chicos… ni por supuesto, la de Samuel… ni la novillada es la de Bucaré, señores. Menos mal que los Ponce, Juli, Finito, Joselito… la alternativa de Paulita y la despedida semioculta de Tato han revalorizado la feria. De ellos es la foto fin de curso en una feria importante, imprescindible… Pero sin enjuagues ni justificaciones de encastes, torismos ni gaitas… Con el toro de verdad y en tipo.
Si este y otros dardos han dolido en alguna mente, ojalá hayan sido por dar en el centro de la diana y no en el ojo de uno que pasaba por allí.