Demoledor, aplastante, implacable, arrollador… Sólo con términos absolutos se puede calificar la actuación de El Fandi en Algeciras. Se comió a los toros, barrió a sus compañeros, electrizó a la masa: triunfó en toda ley. El Fandi no dejó vivir a nadie y desplegó toda su tauromaquia, igual de espectacular, pero ahora más relajada y artista. Su toreo a la verónica, de pie y de rodillas, tuvo pureza y hasta duende, y sus quites fueron variados y emocionantes. Y lo de las banderillas, otra historia. De poder a poder, la moviola, el quiebro, el par al violín… Insuperable y apabullante, hasta el punto de que en el quinto de la tarde tuvo que dar la vuelta al ruedo tras el tercio de banderillas mientras que parte del público pedía ya las orejas.
Sus faenas de muleta, en cambio, no tuvieron la misma intensidad, puesto que a sus toros les faltó duración. Entonces, El Fandi dictó su ley con cabeza clara y temple. La faena a su primero la inició con estatuarios de rodillas, y la continuó sobrado y seguro, toreando con ritmo al natural, alargando los pases de pecho y matando con media estocada en la yema que tiró al toro sin puntilla. Faena de dos orejas (oreja y media la había cortado en los primeros tercios), que el incompetente presidente dejó en una. Lo del quinto fue aún mejor, porque el toro era menos noble de lo que parecía y miraba más de la cuenta. El Fandi se colocó perfecto y tiró del animal en un toreo muy puro y de mano baja. Fue una faena larga de tandas cortas, porque así lo requería el animal, y tras otra media fulminante la petición fue clamorosa. El presidente, con el toro ya arrastrándose y las almohadillas volando, sacó el segundo pañuelo mientras que los aficionados le decían de todo. Definitivamente, sobra en el palco.
Envueltos en la vorágine del granadino, actuaron El Juli y Alejandro Amaya. El Juli, que toreó con clase a la verónica al toro que abrió plaza, muleteó como en un tentadero a un animal de mínimas fuerzas que no transmitía nada. El cuarto fue otra cosa, porque embistió con cierta sosería y a la vez, con poco recorrido. La primera parte de la faena, técnicamente buena, consistió en tirar y tirar del toro hasta lograr alargar su embestida. Una vez conseguido, sobre todo en varios naturales templadísimos, tuvo que pegarse un arrimón importante para meter al público en su labor. El contundente estoconazo final propició la petición del doble trofeo, que por supuesto, quedó en uno. Faltaría más, señor Ortiz Mejías.
Cerraba plaza el mexicano Alejandro Amaya, que no le cogió el aire al deslucido tercero, pero que mejoró mucho en el sexto hasta cortarle la oreja. Éste fue un toro serio y noble al que paró con varios lances de buen porte. Amaya, todavía muy verde, demostró que tiene clase y elegancia, y que no le falta valor porque no mueve ni un pie. En su faena hubo muletazos excelentes, por lentos y largos, aunque faltara el acople definitivo para acabar cuajar al de Barral como era debido.