Con el valor dado por supuesto, al torero le queda demostrar otras cosas en la plaza. No se les pide que vistan de domingo y cuello duro, o que se dejen patillas de boca de hacha o que sorteen rumbosos al aire duros de plata a la salida de un bautizo. Eso es casticismo o tipismo. Lo que si se le puede demandar (¿exigir?) es la actitud, el ánimo, la evidencia de que se quiere. Aunque el toro, como los de Torrestrellade hoy, cierren la puerta del lucimiento. Ciertamente la corrida no era un Potosí, pero tampoco para terminar con bronca. Quizá hubo en José Tomás un exceso al abreviar con el quinto. El público se sintió agraviado pues supone y demandaba más entrega, y se cabreó.
Esa es la razón real de la bronca, pues el toro, con cuajo, de cara poco ofensiva, llegó a la muleta sin pasar, echando el cuerpo por las nubes, haciendo hilo a veces, protestando y sacando genio. Se puso el torero una vez por cada pitón y se fue a por la espada. ¿Qué hacer en esas ocasiones? No hay receta dictada ni libro de instrucciones del que echar mano para sentar jurisprudencia, pero el público lo tomó como agravio el desánimo del torero y agravió a José Tomás ovacionando al toro. El torero no lo tomó a mal, se recogió solemne en el callejón :santaspascuas y pelillos a la mar.
El segundo de la tarde, abrochado de cuerna, fue fundamentalmente brusco. No un barrabás, aunque se quedara más corto por el pitón derecho y fuera complicado llevarlo largo y ligado. Incluso hubo un momento en el que, pasándoselo ceñido, parecía que la faena se venía arriba. Pero un pisotón del toro a la muleta y posterior desarme echaron arena a los ojos de la faena.
Así las cosas, al público le quedaba el desconsuelo de los euros no justificados en taquilla, pero había otros dos toreros. Uno, Pepín Liria, sonaba como sustituto de Ferrerael sábado con los de Victorino. Con el que abrió plaza, un serio ejemplar de Daniel Ruiz, noble, al que quizá le faltara abrirse un poco más, un tranco más, lo toreó ligado y limpio y lo mató de media estocada. El cuarto fue toro de susto. Movido, con nervio, se reservó para luego arrear haciendo hilo en un sprint que ponía en apuros al torero. En esta ocasión el torero tiró de hábito (que si hace al monje) y se justificó en una faena larga y de entrega. Pero pinchó.
Morante pude llevarse el gato al agua. Pudo si el de Torrestrella que cerró corrida le hubiera dado más opciones, pero, después de la primera tanda, el toro comenzó a comportarse de forma incierta, tomando el primer muletazo, esperando el segundo, calamocheando y rebrincándose luego. O sea, que para el recuerdo quedarían dos tandas por el pitón derecho al tercero, ejemplar de Núñez del Cuvillo, encastado, al que Morante mandó bien por abajo en muletazos que fueron jaleados pronto. Por el pitón izquierdo el toro se quedó corto y sacó genio, sobre todo cuando lo vaciaba por arriba. Una buena estocada mandó al toro al tiro de mulillas.