Con apoteósica corrida se cerró la cuadragésimo tercera edición de la feria de Cali. Se lidió un encierro inolvidable de la ganadería de Jerónimo Pimentel, encaste Juan Pedro Domecq, de hermosísima presentación y lámina, y de un juego extraordinario todos ellos. Fueron bravos al caballo y todos, en la muleta, mostraron raza, nobleza, casta y bravura. El corrido en cuarto lugar fue premiado con la vuelta al ruedo y el sexto recibió los honores del indulto, para que transmita a su descendencia esa bravura y calidad demostrada en el ruedo. El resto de los toros fueron aplaudidos y, al final, el ganadero, Jerónimo Pimentel, matador de toros madrileño radicado en Colombia desde 1958 y haciendo fiesta produciendo toros bravos, salió en hombros en compañía de los triunfadores Dávila Miura y El Juli.
El primer toro correspondió a Diego González, toro de excelente calidad que no terminó de entender el diestro colombiano. Lo mató de pinchazo, escuchó un aviso, y obtuvo silencio. Con su segundo toro, Diego González mostró toda la calidad de su toreo. Es uno de los diestros colombianos que mejor sabe torear con el capote. Bordó verónicas preciosas y ejecutó un quite por chicuelinas de gran factura. Su faena muleteril fue un dechado de buen torear, con arte y lentitud. Pinchó en dos oportunidades, dejó una estocada y escuchó un recado del presidente. Fue obligado a dar la vuelta al ruedo y pasó a la enfermería para ser reconocido por el fuerte golpe que el toro le propinó, cuando lo recibió de rodillas.
Eduardo Dávila Miura se reencontró con la afición de Cali y, a su primer toro, le instrumentó una faena ortodoxa, clásica y torera. Las series en redondo fueron sensacionales y el toro aún mucho mejor. El público pedía el indulto del toro, que no concedió el presidente. Se volcó sobre el morrillo y lo pasaportó de gran estocada. Con las dos orejas paseó triunfal el ruedo de Cali, en medio atronadoras ovaciones. Al quinto lo toreó de forma excepcional al natural pero se demoró con la espada, escuchando dos avisos, y tuvo que conformarse con las palmas del público.
El Juli, en su primer toro, un ejemplar bravísimo con el caballo -pues tomó cuatro varas- ejecutó una faena poderosa y dramática, pues resultó volteado peligrosamente. Un palizón le propinó el bravo toro y El Juli, sin inmutarse, se metió dentro de los pitones y le arrancó una oreja, después de gran estocada. La locura colectiva vino en el sexto toro, un precioso jabonero al que El Juli toreó con el capote como sólo el lo sabe hacer, verónicas, chicuelinas y un sensacional quite por lopecinas. Las aclamaciones fueron atronadoras ya que después le dejó tres pares de banderillas en todo lo alto. La faena de muleta ha sido una de las más importantes de la feria, ya que se crecieron tanto el toro como el torero, que brindó toda una lección de toreo del bueno, en redondo y ligado. El toro se venía arriba, embestía hasta a su propia sombra, y
El Juli no paraba de ejecutarle pases de todas las marcas. La plaza se convirtió en un manicomio pidiendo el indulto del toro y el presidente no tuvo más remedio que sacar el pañuelo, para perdonarle la vida a este bravo, bravísimo, ejemplar que seguramente hará mucho bien en la cabaña brava colombiana.
Corrida histórica en los anales de la plaza. Así ha terminado una feria en Cali que ha sido del agrado de la afición y, sobre todo, se ha cerrado con un auténtico broche de oro.