El Juli no es Fernando Alonso. Ni el golfista Sergio García. No lo es entre otras cosas, porque en su vida profesional sí ha llegado a ser el primero mientras que los otros mencionados serán siempre segundones. Este país y esta Fiesta tan metida en lo social, reflejo a veces de una sociedad cuyos referentes tienen escaso contenido y pobres iconos, es capaz de negar el pan y la sal a alguien que ha cogido mala fama por su supuesta personalidad y manejos. El Juli ha hecho hoy la que, probablemente sea su mejor faena en Pamplona. Y lo hizo remontando broncas y ambiente hostil por no poner banderillas y otras cosas. Pero El Juli ya no es el ¡Juli- Juli!
Esta sería una de las lecturas del festejo, pero deberíamos de comenzar diciendo que la corrida del Marques fue una resaca pobre de la de ayer de jandilla. Bien presentada y con hechuras, con más peso los tres últimos toros, a la corrida le faltó romper. Se mantuvo siempre en el límite para negar el espectáculo, pues casi todos tuvieron un buen inicio de pase pero apenas pasaban del embroque hacia delante. Esta fue la corrida, con matices favorables para los toros lidiados en primero y segundo lugar. Protestando las embestidas el que abrió plaza y sin mucho deseo de seguir el engaño en los segundos y terceros pases en el caso del segundo toro.
Pero en estos dos vimos cierto potencial. Por ejemplo, la firmeza y el buen toreo de Uceda Leal, al que apenas le tropezó los engaños un toro muy protestado al partirse el pitón izquierdo de salida. La virtud del toro fue la obediencia en los cites, pero el defecto fue la protesta rebrincada y la falta de finales en los muletazos. Corrió bien la mano el torero por los dos pitones sacándole todo el partido que tenía y lo mató de un fenomenal volapié. El cuarto tuvo muchio más volumen y Uceda prefirió torear cerrado entre las dos rayas. Admitiendo el toro el primer muletazo y quedándose corto y sin humillar en los siguientes. Faltó ver cómo hubiera respondido el astadoo si Uceda le hibiese perdido pasos entre pase y pase, pero no hay duda de la escasa condición del animal.
El Juli se llevó tres broncas. Dos en los tercios de banderillas de sus toros. Ustedes dirán que si estuvo tan mal; pues no estuvo ni bien ni mal porque como muy bien saben no pone banderillas. Recibió otra bronca al salir de la plaza no se sabe muy bien por qué. Sin duda alguna porque es culpable de no se sabe qué cosas. Desde que se abrió de capa para saludar al segundo, un toro bajo, armónico y de escobillados pitones, todos los dias han saltado a la arena toros de pitones escobillados (entre otras cosas porque hay que recordar que corren un encierro). Hubo suaves lances, un quite por chicuelinas en el que el toro sufrió una fea voltereta y un ceñido quite por faroles. Luego el animal, al que ordenó que picaran poco, tendía a quedarse corto por los dos pitones, sobre todo después del primer muletazo.
Dos tandas dando mucho aire al toro y sin obligarle pasaron a un toreo de enganche muy ligado, obligando mucho al toro y alargando su viaje por abajo. Faena ceñida, vistosa en los remates, y de una gran firmeza, rematada de un volapié excelente. El quinto toro, otro amplio, tuvo muchos problemas por el pitón derecho y se desentendió por el izquierdo. Porfió El Juli, que perdió convicción a medida de que ni el toro ni el público estaban por la labor, y sumó un rosario de pinchazos.
Cómo es posible que con el peor lote, Jiménez saliera en triunfador de la tarde. Mi buen amigo Mauricio Berho dice que Jiménez no le hubiera cortado una oreja al último si no hace lo que hizo: buscarle las vueltas por aquí y por alli, rodillazo allí y rodillazo allá. Yo le digo que hay toros a los que no se les puede cortar una oreja. No se les pude o no se les debe, porque, sin condición alguna salen hasta premiados cuando merecen un final muy distinto. Fue este animal el de más peso, no humilló nunca, tampoco pasó por el derecho y tenía guasita por el izquierdo. Jimenez llamó la atención poniéndose de rodillas y la faena fue un ir y venir de pie y de hinojos rematando todo con media estocada. El tercero había sido el más endeble, metiendo a veces la marcha atrás, y el madrileño con él no pudo hacer nada.
