C.R.V.
MADRID (España). Contra el pronóstico de los pesimistas, hay futuro. Termina el curso taurino y los nombres de Fernando Cruz, Eduardo Gallo, Sergio Marín, Ismael López, Miguel Angel Perera, Ambel Posada, Luis Bolívar, Pedro Capea…nombres de novilleros cuajados o muy nuevos, todos ellos con posibilidades reales de ser gente en esto del toro. Y lo son a pesar de todo, cada uno haciendo la guerra por su cuenta,uno con lógicos apoyos, otros con una mano delante y otra detrás.
Estos jóvenes toreros certifican varias cosas apuntadas desde este medio desde los iniciales y sombríos comentarios desde principio de año. Una de ellas es que el toreo , a pesar de su estructura errática y sin contar con apoyos de base, se renueva. Otra que sin Las Ventas, la mayoría de los novilleros estarían en situación precaria, pues ha sido la Monumental la que los ha dado a conocer. Y otra, que urge un estatuto nuevo por el que los novilleros obtengan un trato fiscal y contractual de neoprofesional o de amateur.
El elevado coste de organización de novilladas es el auténtico túnel de este tipo de festejos. De un lado, la legislación y reglamentación los convierte en auténticos profesionales, cuando, en realidad, suele ser el único personaje que corre con la mayoría de los costes, adquiriendo una deuda millonaria. Un débito que le convierte en el único perdedor y ponedor endeudado para su futuro profesional, cuando se convierta en matador de toros.
La legislación actual permite a los pliegos de condiciones cobrar el piso de plaza de las novilladas como si actuaran El Juli o Ponce. Los impuestos son los mismos que los de un festejo de postín y se obligan con los convenios de subalternos. En contraprestación, los novilleros tienen a «su favor» unos honorarios mínimos legales que apenas le dan para pagar sus gastos en un festejo. Es decir, que no tienen la posibilidad de ganarse su carrera y su vida con el toro, mientras que todos los de su alrededor si la tienen.
Incluso si las empresas que contratan a un novillero cumplen con el pago de los honorarios mínimos, éstos jamás obtendrían ganancia. Y esta situación es, en realidad, la que abona el campo para la entrada de los denominados «ponedores», una figura denostada, ni buena ni mala, si no necesaria. Lo malo no es su existencia, si no dos conclusiones: una, las causas por las que existe. Otra, que el dinero que pone se va sumando en el debe del novillero. Podríamos decir que no existen ponedores, si no «fiadores» a cuenta del propio chaval.
Parece obsceno que la administración haga el gesto del avestruz ante estas situación. Más obsceno aún que ayuntamientos y propietarias de plazas entren en este tinglado pues no discriminan en sus pliegos entre los costes y el cánon de arrendamiento para una corrida y los de una novillada. De otra forma: existe lucro administrativo en un espectáculo deficitario y con chavales que ven como su deuda se incrementa día a día.
Por estas razones de perogrullo, las que están dando vía libre a los manejos y absurdas situaciones de clara injusticia y de bombardeo sistemático de nuestra «cantera», las novilladas son los festejos más inauditos del toreo. No hay piedad para este espectáculo. Una piedad que no pasa por la subvención (eso haría que los carteles estuvieran en manos de los municipios que subvencionan, sin tener en cuanta la realidad y cualidades de los toreros) si no por la exención fiscal, una modelo de Seguridad Social particularizado, no tener que pagar ningún cánon por el piso de plaza y similares…No se trata de pedir limosna, si no de eliminar lastres económicos. Teniendo en cuenta lo que gana con el toreo la Administración, sería pecata minuta.Y de esta forma, se llegaría a la igualdad de oportunidades y al que Dios se la de, que el novillo se la bendiga.