Un magistral Ponce y un Juli en plan gallo de pelea han sido los dos protagonistas de la tarde en Córdoba, además de los ineficaces cabestros que se llevaron tres cuartos de hora para devolver al quinto toro. Al final tuvo que ser Finito el que lo matara y de él emanaron los más bellos muletazos de la corrida. El segundo toro era noble y franco por el lado derecho, y Finito lo toreó con cadencia y gusto, a veces a placer, en una labor de demasiadas tandas, que acabaron con el toro algo aburrido que no ayudó nada en la suerte suprema. Por eso Finito lo pinchó y emborronó su toreo exquisito. El sobrero que sustituyó al toro del despropósito cabestrero fue muy deslucido y Juan poco pudo arreglar.
Ponce le había dado fiesta al serio primer toro, que tuvo nobleza y no tanta clase. Ponce, de uno en uno al principio, y ligando mucho más a partir de la primera serie, construyó un trasteo de torero maduro y capaz. Pero la espada dejó sin premio una faena de bastante mérito. Todas las virtudes de Ponce, pero ahora aumentadas, afloraron en el cuarto toro del festejo. El animal no prometía nada en los primero tercios, sin apenas pasar de los vuelos de los capotes. Tanto es así que Ponce, montera en mano, volvió sobre sus pasos cuando se dirigía a brindar al público viendo lo poco que se desplazaba el animal en el engaño de Mariano de la Viña. Sin embargo, hubo milagro y el toro comenzó a embestir, a veces incluso hasta a humillar, porque el valenciano pulseó matemáticamente cada embestida topona en un curso de maestría y clarividencia. La faena fue larga, a la vez intensa, y con algunos muletazos soberbios y muy lentos. Ponce acabó cortándole las dos orejas a un toro que en principio no ofrecía ni media.
El Juli le arrancó una oreja al tercero, una oreja protestada porque el animal fue muy deslucido y allí sólo cabía la faena peleona o quitárselo de en medio. Julián optó por lo primero, que para eso es torero de tirar del carro, pero lo importante llegó en el bronco y manso sexto. El animal llegó a la muleta reservón y violento. El Juli resolvió el primer problema atacando mucho al toro, pisándole el terreno sin contemplaciones. El segundo problema lo solventó tirando con poderío del animal, con la mano muy baja y con la planta muy quieta. Fue la faena más intensa de la tarde porque el toro vendía cara su muerte y el diestro lo dominó echándole al asunto agallas y cerebro, a partes iguales. Por eso acompañó a Ponce en la salida en hombros. Después de tres horas, la tarde mereció la pena.