QUITO (ECUADOR). Habían ido saliendo por toriles los cuatro primeros toros de la corrida de Huagrahuasi, negros como las alas de un cuervo, blandos como merengue para la gente de la puya y en creciente decepción cuando apareció un espécimen con el número 128 dispuesto a darle un giro de 360 grados a la tarde. «Cochambroso« que ese era su peyorativo nombre, tomó alegre los vuelos del capote de César Jiménez, aceptó de igual modo la burla de la verónica que el arabesco del farol, un puyazo en regla y tres pares de banderillas quedando claramente definido. De rodillas en los medios comenzó la faena César Jiménez y de esa guisa ligó en redondo menos pases de los pretendidos. Las ganas de triunfo tenían al madrileño acelerado.
Decepcionado por el resultado de su tarde anterior y porque el tercer toro había sido un rival manso, que se rajó buscando la querencia sin permitir la elaboración de una discreta faena, Jiménezse empleó pasado de vueltas. El toreo fundamental surgió arrítmico. Tan pronto ligaba pases templados como pegaba tirones que descomponían al toro. No obstante, la faena cobró una intensidad inexistente hasta ese momento que espoleó los ánimos del público. Al perfilarse Jiménez para matar surgieron espontáneos gritos solicitando el indulto. La concesión hubiese sido una medida exagerada. Ni el trasteo indujo a ello ni el toro fue excepcional. Se comparó su juego con el de sus hermanos y a ojos del respetable pareció un ser fuera de lo común. Craso error. Fue simplemente un buen toro del que Jiménez, tras matarlo de soberbio volapié, paseó las orejas.
El resto fueron toros mansos y rajados en mayor o menor medida.
Enrique Ponce lidió de cuarto uno que no consintió un pase. Abroquelado en tablas, se defendió sin moverse del sitio y al intuir la muerte se puso muy molesto. De tal manera que, sin mucho miramiento, el valenciano le endilgó un metisaca mortal de necesidad.
Antes había alegrado a la concurrencia en general y al Sr. Juan Lamarca presidente de la plaza de toros de Las Ventas en particular, pergenando otra de sus faenas memorables –aquí era la tercera— dándole chance a un toro acobardado hasta conseguir que cogiera confianza para torearlo a placer. La dación de tiempos y la elección de espacios fueron fundamentales para el logro de un trabajo prenado de naturalidad y temple. Qué bestia este torero, Infelizmente, pinchó dos veces y el premio se evaporó.
El nacional Diego Rivas, no sorteó el día de ayer. Por deferencia de sus respectivos padrino y testigo de alternativa, eligió lote decantándose por aquel en el que se encontraba el toro de más bonita hechura. A la hora de la verdad, sólo sirvió para pintar unos bonitos lances de capa y poco más. Tampoco el sexto fue el toro que habría precisado el nuevo matador a fin de pasar tan relevante prueba con buena nota. Digamos que cumplió sin ruido y se pone en manos del futuro.