Francisco Rivera Ordóñez ha dado una gran tarde de toros en la Goyesca de Ronda. Tarde de toreo relajado, de temple, de gusto, de contundencia estoqueadora y de raza con las banderillas. Ha hecho honor a su estirpe, y no es que haya recordado al gran Rivera Ordóñez de sus primeros años, sino que ha mostrado lo que tendría que haber sido su evolución tras aquellos tiempos de morder y arrollar con la alternativa en la boca.
Porque Rivera Ordóñez ha pulseado y empapado cada embestida del manso y noblote segundo toro, se ha recreado en los largos pases de pecho, ha asentado los riñones y ha soltado los músculos, para que en Ronda –enhorabuena Francisco –se viera un torero al que le gustaba lo que estaba haciendo: un torero que se sentía torero y se negaba a pegar pases por pegarlos.
Pero esa faena, impecable en planteamiento y mal rematada con la espada, quedó empequeñecida por su faenón al quinto, un toro bien hecho, de gran calidad y medidas fuerzas, al que Francisco recibió con lances a pies juntos suaves y desmayados. Rivera no se dejó tocar nunca el engaño, muleteó con sabor y pureza, pulseó –ahora milimétricamente –cada embestida, y en definitiva, dio un curso de toreo lento, bueno y caro. Faena redonda en la que no hubo crispación ni vulgaridad, y sí naturalidad y clase. A este toro lo banderilleó en compañía de El Juli y Curro Vázquez, que pidió unirse a la pareja de jóvenes en un gesto de bendita locura de torero viejo. Y como broche, una antológica estocada que recordó a las de su padre, y también a las que Rivera pegaba cuando se puso en figura tras una gloriosa Feria de Sevilla donde Espartaco le dio la alternativa.
Pero la extraordinaria faena de Rivera iba a tener réplica, porque en Ronda estaba la máxima figura del toreo actual. Se llama El Juli, y se jugó la vida con un manso y violento toro al que cuajó con la mano izquierda, al que le bajó la mano con poder y mando, al que atacó con valor y cabeza, y al que acabó sometiendo y dominando. Faena importantísima en la que se mascó la tragedia porque El Juli fue volteado de muy mala manera al intentar dar un pase de pecho. Un rotundo estoconazo precedió al corte de las dos orejas, y volvió a demostrarse que quien manda en el toro manda en el toreo. El Julitriunfó porque tenía que triunfar, porque su condición de máxima figura así se lo exigía, y las condiciones del toro que tuviera enfrente quedaban en un segundo plano. Al tercero, otro manso de libro que se aculó en tablas a los ocho pases, le formó un lío en banderillas, como se lo había armado al sexto en compañía de Rivera.
Abrió plaza Curro Vázquez, que no estuvo a gusto con el rebrincado y poco picado primer toro, y que no pudo redondear faena con el desclasado cuarto. Aun así el torero de Linares dejó detalles de su asolerado estilo, de su torería, de su empaque y de su hondura. No te vayas, Curro.