Cuesta descifrar lo que se le pasaría por la cabeza a Juan Antonio Ruiz ‘Espartaco’ aquel 25 de abril de 1985 minutos antes de hacer el paseíllo en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, pues eran muchas las preocupaciones del torero sevillano y pocas las fechas que tenía firmadas después de aquel festejo. Su desparpajo y desenvoltura le habían granjeado cierto ambiente por los alrededores de la capital hispalense desde sus tiempos de novillero, incluso le habían llevado a liderar el escalafón de matadores poco tiempo después de recibir la alternativa.
Sin embargo, el horizonte se divisaba incierto aquel jueves de abril desde el patio de cuadrillas maestrante, pues los muchos triunfos obtenidos en los últimos años -incluso tenía ya una Puerta del Príncipe en su currículum- apenas habían dejado poso entre los aficionados, que veían cómo el rubio torero, una vez transcurrido el tiempo prudencial que conceden a los nuevos matadores tras recibir el doctorado, no había terminado de ‘romper’.
Afortunadamente, en los chiqueros del coso del Baratillo aguardaba ‘Facultades’, un castaño de Manolo González que cambió el destino del diestro de Espartinas y… ¿del toreo? porque después de aquella tarde, nadie pudo frenar la ascensión de un torero en sazón, y ‘Espartaco’ se convirtió en el referente de su generación con varias salidas triunfales hacia la Avenida de Colón (años 86, 87 y 90), además de matar en solitario una corrida de Miura en la Feria de Abril del 88 y cortar una oreja a un toro de esta misma vacada en el abono del año siguiente.
Su hegemonía se basó sobre todo en un toreo fácil de consumir, adaptado a un tipo de toro que subió de volumen y de romana en aquella década, y fundamentado en una inteligente técnica que le permitía sumar orejas la mayor parte de las tardes. Esta aplastante regularidad en el triunfo, unido al temple y al ritmo que imprimió a sus faenas fueron los principales pilares de su éxito, pues debido a su incontestable ‘tirón’ en la taquilla, se veía obligado a justificar el interés del público en cada uno de los festejos en los que intervenía.
Siete temporadas consecutivas sosteniendo el cetro del toreo, que se vieron truncadas por una terrible lesión mientras participaba en un partido benéfico en Valencia, dejaron al diestro en el dique seco durante casi un lustro, pero tras un durísimo calvario y numerosas intervenciones, ‘Espartaco’ reapareció en 1999 y se mantuvo en activo con gran dignidad hasta la temporada 2001 en la que dijo definitivamente adiós a los ruedos.
Después Juan Antonio se anunció en festivales, incluso en alguna corrida benéfica, pero sobre todo disfrutó de los numerosos logros conseguidos. Viéndolo torear se mezclaban la felicidad y la añoranza, la alegría y la nostalgia, la emoción y a la vez el respeto hasta que en 2015 la empresa Pagés le ofreció su adiós definitivo en el festejo del Domingo de Resurrección, donde volvió reverdecer laureles y cortó las orejas de su lote de Juan Pedro Domecq, para, como en sus grandes tardes de los 80 y 90, salir en volandas por esa Puerta del Príncipe de la que fue amo y señor.
Hoy ‘Espartaco’ es un hombre feliz, orgulloso de haber cumplido con todo y con la conciencia inmaculada de quien sabe que se fue sin que le quedase nada por hacer. Enhorabuena, maestro.