Echó la tarde las manos por delante, pero tuvo su lidia. Una de esas corridas con la plaza medio llena y medio vacía, gritona. Tarde de fútbol sin goles, plagada de penaltis pitados desde los tendidos. Marcaje al hombre en las embestidas nada claras de los tres primeros toros. Una de esas encerronas que comienzan por ser partido de lucha por el ascenso y terminan por ser de permanencia. Así llegó Daniel Luque a ese Madrid que mata tanto como quiere. Pero que, para que te quiera, se necesita de un cortejo de actitud, capacidad y fortaleza mental de privilegiados. Con eso se cuenta porque Madrid es tan inverosímil en su forma de entregarse como tenaz en su capacidad para debilitar mentes.
Así le debió pasar a Luque. Aséptico en los primeros toros, cautivado por la losa de Madrid en los tres últimos, que fueron los mejores. Fue la tarde desde la aspereza hasta el tedio, desde el tedio a la desesperación y de ahí a una salida austera de cabeza sin erguir con esas protestas que llevan más el sello del desencanto que de la censura. En la recogida, con los mochuelos buscando su olivo, las gargantas hartas de tanto pitar penaltis, de tanto vozarrón que protesta por todo y por nada, uno se pregunta uno si lo que hay es Luque hay.
Tiene que haber más. Hay más. Pero o al torero le faltó leer el partido, currarse la encerrona y amueblarse la cabeza con granito, o no se entiende esa forma de estar dejándose ir. Es mejor torero Luque. Mucho mejor. Pero no hoy. Esa psicología de una plaza metida en voces que presionan la han sufrido todos. Esas corridas que no rompen, que se mueven pero que no empujan, las han lidiado otros. Y sólo los que resisten ese asedio a la espera de dar el paso a la que medio se le desliza un toro, han salido bien librados de ella. Eso, quizá, fue lo que no hubo. Al menos esa es la lectura de una tarde en la que la transmisión del cuarto toro de Juan Pedro y la claridad del pitón derecho del quinto de Cuvillo y hasta los pases claros que tuvo el noble y mansurrón sexto le permitieron al torero salir del secuestro sin el síndrome de Estocolmo. Madrid no regala nada. Pero es susceptible de dar la vuelta al calcetín.
Tuvo el arranque las palmas de saludo en el paseíllo. Primer y último regalo de la grada, en tarde de escasos regalos pues la corrida, presentada con decoro, más fuertes los tres últimos, le lanzó el cebo para aburrirse en el primer tramo. Estrecho de sienes, regordío y bajo, el primero se movió sin clase, rebotadas las embestidas y sin meter la cara. Salio suelto de los lances de Luque, que torea mucho mejor con el capote que lo que hemos visto. Fue toro de calentamiento, de estar bien sin acceder al triunfo en una faena larga en la que el público vio mas toro de lo que había y lo que hubo fue buena disposición y un apunte del mal manejo de la espada en un metisaca feo al entrar con la mano por fuera. En ese toro hubo otra clave, esa forma insistente de elegir siempre los medios para torear, allí donde un toro desarrolla mejor o peor, pero no todos por igual.
Bajo y algo corto de cuello pero muy ofensivo por delante, el segundo, con el hierro de Juan Pedro, salió como apagado, se vino arriba en el peto y le hizo un ceñido quite por gaoneras. Toro que tomó bien el capote en la brega por el pitón derecho, pero en el tercio y toro que pesó más en los medios, sin pasar del todo, apretando. Para ganarle el paso y la acción siempre. Complicado y sin timbre para llamar a la puerta del triunfo. Como el tercero, de Cuvillo, lavado de cara, de escaso trapío, mansurrón. Fue y vino el toro sin clase y a su aire, con la tarde llegando a la mitad de un asunto espeso e impaciente, agrio y duro. Pero las cosas mejoraron luego.
El castaño cuarto fue toro hondo, bajo, que manseó de salida, se escupió del peto y que metió bien la cara en los capotes, con fuerza. Toro de apuesta, de los que ayudan a entregarse a Madrid por su transmisión, en el que hubo un arranque de toreo por abajo, pierna flexionada, arrancando los olés más fuertes. Toro que exigió lo que Madrid exige, ganar la acción, poder. Alternó el torero las dos manos, derecha e izquierda como por orden y no por criterio, pues cuando el toro arreó por el pitón derecho, se iba a la zurda y viceversa. Tampoco lo mató bien, ni a éste, ni al quinto, toro colorado de buen pitón derecho con el que hizo tablas: un buen inicio con ayudados de pierna flexionada algunos muletazos sueltos buenos, luego tropiezos con la zurda, por donde insistió demasiado. Y con la tarde secuestrada y sin rescate, llegó el burraco sexto, mansito, pero muy claro: soy noble y duro poco. Al primer pase, citando desde lejos con la izquierda, se le fue al otro tercio y allí duró menos, con el torero muleteando los últimos minutos de una corrida que lo que hubo no es Luque hay. Se supone. Porque así se ha visto antes. Y se tendrá que ver más adelante.
Plaza de toros de Las Ventas. Media plaza. Festejo del Domingo de Resurrección. Tres toros de Juan Pedro Domecq, segundo, cuarto y sexto y otros tres de Cuvillo. Deslucidos los tres primeros, con más opciones los tres últimos. Destacó el cuarto que tuvo transmisión. Obtuvieron el siguiente resultado en el arrastre: división, algunos pitos, silencio, silencio, silencio y silencio. Daniel Luque, silencio, silencio, silencio, silencio tras aviso, silencio y pitos.