El cartel prometía, pero no pasó casi nada. Los toros desarrollaron nobleza, excepto el segundo, y los toreros dieron la talla de sus capacidades, disposición y saber torero.
Lo mejor vino de parte de Rivera Ordóñez en sus dos toros. Al segundo, a peor por mirón y colándose por el izquierdo, Francisco le pudo a ratos, con más garra que buena técnica. En todo caso no se arrugó y demostró pasar un buen momento de ánimo ante el toro. El quinto, toro bravucón, se rajó al verse obligado por la muleta de Rivera. A éste lo recibió con tres largas de rodillas y un ramillete de buenas verónicas a pies juntos. Y le finiquitó de una buena estocada tras pinchar.
Finito corrió sin parar ante el flojo y noble primero, y al segundo, soso hasta el infinito, le dio pases sin expresar nada. Mató a los dos muy feamente.
El Juli mostró sus armas. Vibrante con el capote, banderilleó a todo gas y muleteó con garra pero sin profundidad. El público, muy con él, le aplaudió casi todo. A la faena al tercero le faltó ligazón y mando y le sobraron la mitad de los muletazos, además del pinchazo antes de la estocada.
El sexto, noble y blando, propició un trasteo ligero, con un Juli sobrado de cabeza y condiciones para llegar al público. Pinchó repetidamente y perdió los trofeos.
Acabó la temporada con un buen cartel pero con un pobre resultado artístico, a pesar de los trofeos concedidos por un público benévolo, en plena Fiesta Mayor de la Ciudad Condal.