Hay que reconocer que mi amigo el de la voz de grulla, a veces, en contadas ocasiones, tiene gracia. Y que no se enoje por lo de la voz de grulla, qué culpa tengo yo de que tengas la voz atiplada, el otro la tiene cazallera y no pasa nada, yo la tengo grave, hay voces engoladas, otras de tenor, otras desagradables, otras armónicas, otras de grulla, peor sería tener voz de caracol o tener voz de chinchilla, por ejemplo. El caso es que, en el quinto toro, gritó: ‘¡¿Y Gallardón, tú que opinas?’ Y la cosa tiene gracia.
Porque de todos es sabido la poca afición de Gallardón, que también está en su derecho, no a todo el mundo le tienen que gustar los toros, al Rey le gustan y a la Reina no, a mi madre le gusta el niño mono de Gran Hermano y yo no le aguanto, a Martín García le encantan los caballos y yo les llamo blancos a los tordos, pero si son blancos, Martín, que yo entiendo por tordo otra cosa, pero nada, a los aficionados les gustó el toro cuarto, por bravo, y a los toreros no creo que le gustara.
El toro bravo. El mismo. El bravo que se quiere comer la muleta, que no ceja en su codicia, que sólo te deja darle medio muletazo y ya te estás yendo para ligar el siguiente, que si no, no tienes manera de ligar.
– Oiga, lo dice como si fuera usted el que toreara todos los días.
– Efectivamente, amigo. Pero no todos los días, sino todas las noches. Unos faenones de aúpa. Hasta que me despierta el de la voz de grulla: ‘ El relóóóóó…’ Y claro, suena el despertador.
En fin, que fue un toro bravo. Y Encabo, que banderilleó estupendamente, parecía que se hacía con él pero no, al poco cambiaron las tornas. Y el torero, inteligente, se decantó por las series cortas -además, el toro se metía en su codicia- y no dejó mal su cartel, más bien al revés. Un toro bravo para el más lidiador de la tarde, que no desentonó como podían haber desentonado cientos de toreros.
El primero de su lote tuvo más nobleza que codicia, sobre todo por el izquierdo, por donde Encabo sacó muletazos de gusto, pero al poco comenzó a buscar y a acordarse de su encaste y la cosa se acabó.
A Rafael de Julia le tocó un buen toro: el sexto. Un toro que tuvo una gran nobleza. Fue el que peor pelea hizo en varas y Rafael de Julia no acabó de centrarse con él, también es verdad que molestado por el viento. Las dudas y los pase sueltos predominaron y el toro, al final, se acabó parando.
Con su primero, que tuvo un buen pitón izquierdo, el madrileño a punto estuvo de sufrir una cornada serie tras un tropezón. Sacó muletazos de mérito por el derecho, pero no le cogió el aire al mejor pitón, el izquierdo. Tarde gris, la del triunfador de San Isidro.
El otro espada del cartel, Alberto Ramírez, también pasó por la enfermería, con un puntazo y un corte en la cabeza. Su primero fue soso, embistió pero nunca humilló; además, con incertidumbre, sobre todo por el izquierdo. Y el quinto se tragó una serie y se acordó de sus antepasados y, sin ser ‘alimaña’, sí fue ‘alimañita’. Ramírez hizo el esfuerzo, se llevó la voltereta -horrible- y sacó alguna serie más de mucho mérito.
Lo bueno de soñar que toreas es que no te juegas la vida. Como mucho, te caes de la cama. ¡Ah! Si los de Adolfo Martín hubiesen tenido la presencia de éstos, se lo comen.