El rejoneador José Luis Rodríguez ha estado desafortunado con los rejones de muerte, al extremo de escuchar los tres avisos y dejar vivo al toro de Santa Fe que abrió plaza, en la última corrida de la Feria Internacional de San Sebastián.
Leonardo Benítez olvida que los toros no tienen palabra de honor, como decía don Pepe Alameda, porque con el primero de su lote se engolosinó, exponiendo en la vitrina el amplísimo repertorio de quites que revivió de la vieja Escuela Mexicana para luego, con los rehiletes, cubrir con exposición y emotividad el tercio de banderillas. Ahí, en el fragor de la exposición de sus facultades toreras, apagó la falsa llama de la bravura del torito de El Prado, que corrió a refugiarse en tablas. Mató de dos pinchazos, echándose de mansa la res en la boca de un burladero.
Buen toro el segundo del lote de Benítez, al que le instrumentó buena faena acompañada por la música. De no haberse puesto pesado con la espada hubiera cortado oreja, porque después de estocada tendida, estocada y dos descabellos fue largamente ovacionado.
Víctor Puerto entendió el mensaje de Benítez y, sin estridencias, ayudó a su débil enemigo, mimándole y acariciándole con muletazos suaves y sin domeñarle. La música le acompañó durante la faena; y como mató con efectividad y prontitud le concedieron una oreja. Ha estado Puerto valiente de veras en el sexto, un marmolillo apencado en tablas que se defendía a tarascadas. Mal con la espada, premiándose con silencio su labor.
Regaló el sobrero de El Prado y le regaló a la galería el toreo bullanguero que pedía. Molinetes, rodillazos, molinetes, manoletinas y saltos, para matar de espadazo trasero y desprendido. Pero, ¡qué importa! Era un obsequio y había que obsequiar la oreja.
Miguel Abellán reapareció de puntillas en Venezuela. Aunque voluntarioso, no pudo hacer nada ante el berrendito de El Prado. Lo mató de estocada y escuchó palmitas frías al retirarse al callejón. Con el segundo de su lote, un novillejo infame y no apto para el lucimiento, Abellán hizo lo que había que hacer, salir con prontitud del manso. Silencio. Se atrevió, sin embargo, regalar otro sobrero, otro manso, para aburrir aún más al muy aburrido público que desde hacía rato abandonaba la plaza. Mató de estocada, ante escasos testigos de su gesta final.