… El Dardo. Bush y el talibán, por BAYONETO
Hay algunas tardes de toros que permanecen para siempre en nuestra memoria por la dimensión o la grandeza de lo que ha ocurrido en el ruedo. Pues bien, este tercer festejo de la Feria del Pilar tampoco se nos olvidará, pero no precisamente por eso. Seguramente, nadie recordaremos algunos momentos destacados de Antonio Ferrera o Juan José Padilla con el capote, ni dos pares de banderillas del extremeño que consiguieron poner al público en pie, sino el cúmulo de circunstancias que dieron al traste con el normal transcurrir de la tarde. Si el festejo de rejones de ayer resultó accidentado, qué decir del de hoy. Como esto siga así, vaya usted a saber qué les estaremos contando el próximo domingo. De momento, lo que ha sucedido hoy serviría como argumento a cualquier capítulo de esa serie que se llamaba algo así como ‘Historias para no dormir’.
El comportamiento de los toros tuvo mucho que ver con el desastre. Y si los cinco toros de Cebada Gago que se lidiaron fueron malos sin paliativos, el lote de Juan José Padilla se llevó la palma. La lidia del segundo toro de la tarde fue un despropósito tras otro. Manso de solemnidad, el astado se enceló de tal modo en el caballo que guardaba puerta, que costó Dios y ayuda sacarle de ahí. Después, con la muleta, Padilla le persiguió de un lado a otro de la plaza y viendo que no había nada que hacer decidió abreviar.
Claro que lo de abreviar es un decir, porque si no había por dónde meterle mano con la muleta, menos aún con la espada. El jerezano, en un acto que le honra, no quiso tomar el descabello sin clavar antes la espada y el toro, ahora doy un arreón, ahora coceo, ahora me asomo al callejón, ahora me cuelo por un burladero, terminó por ponerse imposible. Sonaron los tres avisos y mientras unos le abroncaban otros le ovacionaban comprensivamente.
¡Que salga alguien a matarlo!, decían unos.
‘Sales tu, no te digo…’, contestaban otros.
Total, que con el toro moribundo, va y sacan a los cabestros. Claro está, el toro ni se movió y se tomó la decisión de apuntillarle. Casualidades de la vida, el animalito volvió a meterse en un burladero y allí le apuntillaron. El lío vino después, a la hora de sacarlo.
Salió el cuarto y gran parte del público ovacionó cariñosamente a Juan José Padilla, pero tampoco fueron muy bien las cosas en este. Tras un jaleado recibo a la verónica y dos largos encuentros con el caballo, el astado llegó al tercio de banderillas cual estatua de mármol. Se sucedieron los capotazos y las pasadas en falso y ya se pueden imaginar ustedes como quedó la cosa para la muleta. Tras probar por ambos pitones y visto lo visto, el jerezano se fue por la espada.
¡Ponte en tu sitio!, le decían a Fernández Meca durante el tercio de varas; ¡no saques el capote por arriba, que te veo!, le decían a un banderillero; ¡así no, por el otro lado!. Hay que ver la cantidad de cosas de las que hay que estar pendiente cuando se está en el ruedo. Desde luego, así no hay quien toree porque entre ‘ponte bien y estate quieto’ se te va la tarde. Esas cosas y algún que otro improperio, que no repetiré simplemente porque no me da la gana, le dedicaban al diestro francés algunos espectadores.
Y la verdad, tampoco era para tanto. Su primero, el que abrió plaza, no tenía un pase por el pitón izquierdo y la sosería con la que embestía por el derecho, siempre sin humillar, tampoco decía mucho. El cuarto fue un remiendo de Fuente Ymbro que, para no desentonar del conjunto de los ‘cebadas’, también resultó complicado.
Más ‘normales’ resultaron las lidias de tercero y sexto, debido sobre todo a la entrega y la disposición de Antonio Ferrera. Lo más destacado de su actuación en lo que a lucimiento se refiere, fue un quite a la verónica que recetó al primero de su lote, un par de banderillas por los adentros a éste y otro al quiebro al sexto, ejecutado tras clavar caído en el primer intento. Con la muleta, se mostró firme y valiente en ambos. La faena del tercero se la brindó a El Tato y durante ella solventó sin achicarse las numerosas dificultades que le planteó el toro. En el sexto, que tuvo una embestida descompuesta, volvió a entregarse y el público pidió la oreja para él, aunque el presidente, para acabar de arreglar el ‘tinglao’, no la concedió.
Dentro de lo malo, habrá que dar gracias por el hecho de que los tres toreros hayan salido de la plaza por su propio pie. Y, si después de esto conseguimos conciliar el sueño, puede que mañana nos despertemos pensando que no ha sido más que una pesadilla.
… El Dardo. Bush y el talibán, por BAYONETO