Pues sí, señores, si hay que ir se va pero, ir ‘pa ná’ es tontería. Ese cuento debían aplicarse dos de los matadores de toros que hoy han hecho el paseíllo en el coso de Vistalegre, esto es, Rivera Ordóñez y Ortega Cano. Antes que nada, me gustaría dejar claro que siempre he sentido, y siento, un gran respeto por todos aquellos que se visten de luces porque, para mí, la persona que es capaz de ponerse delante de un toro se merece todo el respeto del mundo, sobre todo porque yo sería incapaz de hacerlo. Pero hay algunas actitudes que son inadmisibles, como la de estos dos diestros esta tarde. Y para ir así, ‘pa ná’, es mejor que se queden en su casa.
Que Rivera Ordóñez tenía prisa quedó claro desde el principio, cuando se anunció por megafonía que, por motivos personales, mataría primero y cuarto. Tampoco es cuestión de que explicase a todos los presentes cuáles eran esos motivos, pero sí debería haber mantenido el decoro en el ruedo. Para empezar, a su primero, que tenía pocas fuerzas, como tenía prisa, tan sólo intentó darle un par de tandas y se fue por la espada. La cosa podría haber quedado en un detalle de cara al público, intentando evitarle un insulso trasteo, pero es que hubo más.
Entre sus dos toros, se dedicó a saludar a todos los representantes de la prensa rosa que hoy ocupaban los palcos del callejón, o sea, a hacer relaciones públicas. No tengo nada en contra de ello, mientras después dé la cara en el ruedo, pero no ha sido así. En el cuarto, posiblemente el mejor toro del encierro, se le vio más animoso con el capote, pero con la muleta se limitó a darle tres tandas, sin demasiado lucimiento, por cierto, e irse por la espada. El público, festivo a más no poder, le pidió la oreja y, una vez paseada en vuelta al ruedo, se marchó acompañado de la cuadrilla. La verdad, para ir así, mejor no ir a la plaza.
Otro que tampoco estuvo a gusto esta tarde fue Ortega Cano, que también saludó a todos aquellos que le llamaron desde el tendido, incluso durante la lidia de los toros, inhibiéndose de sus tareas de director de lidia en varias ocasiones. Por ejemplo, cuando uno de los picadores fue desmontado y pasó por momentos de apuro. Con la muleta, no se confió con ninguno de sus dos toros. En el primero, flojito pero noble, dio muchos muletazos, entre constantes caídas del animal, y se encaró con el público cuando sufrió un achuchón y el toro, metiéndole el pitón por el pecho, le rompió el chaleco. A lo mejor fue por falta de facultades y el público no tenía la culpa. Aunque así fuera, no se puede admitir la chulería que mostró de cara a los tendidos.
Al quinto, otro inválido, no lo quiso ni ver e intentó engañar al público echando la muleta arriba para que el toro derrotara. Además, se mosqueó con la cuadrilla sin motivo alguno, intentando echarles el público encima para él quedar de rositas. De nuevo inadmisible su actitud.
‘¡Con lo guapo que eres!’, le gritaban a Rivera. ‘¡Vienes a llevártelo!’, ¡’Hay que arrimarse’!, ¡’Vamos Jose, que el toro es bonito’, le decían a Ortega Cano. Una vergüenza, de verdad. Y luego se quejan de que no les respetan, de que si a los toreros ya no se les ve como antes… Para que a uno le respeten, hay que darse a respetar.
En fin, el caso es que hoy sólo hubo un TORERO, con letras mayúsculas, en Vistalegre. Finito de Córdoba (en la imagen) tuvo la vergüenza torera que le faltó a sus compañeros y, pese a no contar con un lote mejor que ellos, logró muletazos buenos con ambos. Sus faenas fueron un prodigio de técnica, temple y seguridad. Toreó largo y despacio, enseñando a embestir a sus oponentes y alargándoles el viaje. Cortó una oreja del sexto, pero pudo pasear algún trofeo más de no haber fallado con los aceros en el tercero. Menos mal que estaba Finito. Alguien tenía que reivindicar esta tarde la dignidad de los de luces.
Por cierto, una mención para las cuadrillas. Saludaron montera en mano Curro Álvarez y Gregorio Cruz Vélez.
FOTOGRAFÍA: RAQUEL SOPEÑA