Ya está: todo arreglado. Ya nos adentramos de verdad en el feria y la cosa va tomando vuelo. Viva, alegría, ‘arsa’. Y mañana, ¡pum!, en la luna, de los botes de alegría que todos vamos a dar. Me juego un caramelo. Pero mañana es mañana. Lo que está claro es que hoy se prendió la mecha de ese cohete que nos va a llevar a lo más alto de la alegría en breves horas, porque se intuye en el ambiente, se palpa y porque se vieron muchas cosas. Cierto es que a la corrida la faltó fuerza, cierto es. Pero también lo es que pudieron haber ocurrido varias desgracias y no pasó nada. La buena suerte ya ha llegado a Sevilla, seguro.
A servidor le gustó el primer toro de la tarde. Claro, que le gustó con matices. El matiz es que le gustó lo que le tenía que gustar. O sea, que ese toro, bonito, bien hecho, un tanto descarado, que manseó en el caballo, al que se picó en la puerta de toriles, tuvo cuatro o cinco series con transmisión. Ya se vio en el quite de Rivera, a pies juntos, ole torero: el toro podía servir. Y le sirvió a Caballero, pero poco. Dos o tres series, especialmente una por el izquierdo. En cuanto empezó a desparramar la vista y a mover las orejas, se acabó. Empezó con una embestida a su aire, sin humillar y adiós, mucho gusto. El gusto era mío.
El cuarto también le gustó a servidor. Ese toro descabalgó a El Turuta y éste lo picó piernas en vilo, eso es sentirse picador. Se arrancó el toro con alegría, se le picó poco, se le coló con peligro a Caballero en el quite, se lució Carretero en banderillas y respondió cuando Caballero le sometió. La pena fue que no le sobraran las fuerzas, porque la noble embestida tenía vibración. Caballero lo entendió y le ligó alguna serie de categoría, especialmente por el izquierdo. Pero el animal se fue apagando y no quiso repetir. Sólo le aguantó una tanda más, muy templada, con el animal andando, pero sin emoción. Lástima de fuerza. Se le fue un pelín la mano a Caballero al entrar a matar.
El primero de Rivera Ordóñez manseó en el caballo y puso en aprietos a los banderilleros. Curro Molina estuvo magnífico y por eso la gente le hizo desmonterarse, cosa que no ocurre en otras plazas; lo de saber cuándo se está cumbre, me refiero. El mansito embistió con violencia, pero embistió, con genio, si se quiere. Con dificultades para templarlo, con problemas para que no enganchara la muleta. Mostró a veces su querencia a tablas – Rivera lo sujetó a menudo- pero embestía. El torero le plantó cara, aguantando los parones del animal, no pudo hilar faena y estuvo mal con la espada.
El cuarto derribó y le perdonó la vida al caballo. Con el cuello del equino a dos palmos de sus pitones, se acordaría de la fiebre aftosa y se largó sin tocarle un pelo, perdón, una crin. Cumplió en varas el toro, sin exageraciones y mostró también su falta de fuerzas. Como se comprobó después en la muleta de Rivera. Noblote y flojo. Allí no pudo haber nada y Rivera no aburrió.
Eugenio de Mora (en la imagen) sujetó con torería a su primero, que empujó en el caballo. Tras el primer puyazo, se echó el capote a la espalda y sufrió una voltereta espectacular. Menos mal que no pasó nada. El toro flojeaba y precisamente perdió las manos con de Mora en el suelo. Colábase el animal por el derecho y los toreros entendiéronlo, por lo que con precaución comportáronse. Y Eugenio de Mora no amedrentose. Tú a mí no me toses, dícese que dijo, y templándole, se lo sacó a los medios.
Aguantó otra colada por el derecho y se cambió pronto la muleta de mano. Pero la flojedad era superior a su bravura y se fue quedando poco a poco. En un pase de pecho por el derecho, volvió a quedarse debajo. Uf. Volviendo a lo de antes, el toro quedose, quedose y acabose. Acabose en sentido literal, claro, qué más quisiéramos que fuera de la otra manera. Mató bien, no pudo triunfar, pero qué bien estuvo el toledano.
En el sexto salvó la vida El Puchi. La tarde fue milagrosa, la verdad. El toro se emplazó, allá se fue El Puchi, le pegó un arreón, se le vino al cuerpo y quedó a su merced. Pero se levantó rápido y se hizo el quite por pies. Mansito en el caballo, también flojeó, esperó en banderillas y desde el principio le costó un mundo arrancar. Se lo sacó a los medios de Mora, a ver si le aguantaba un poco, y, oiga, pues sí.
Sin obligarle mucho, hilvanó una serie con la derecha y pudo pegarle algún que otro muletazo más, siempre en tandas que el toro pedía, o sea, cortas. Y es que cuando el toro se decidía a embestir lo hacía humillado y muy largo. Pero, claro, en lo que el toro se decidía le daba tiempo a la banda a tocar tres pasodobles. El esfuerzo del torero fue, otra vez, grande. No era cosa de dejársela puesta, no, como se oyó por ahí. Es, simplemente, que el toro tenía la virtud de embestir largo y humillado, pero el defecto de tardear una barbaridad. Paciente y esperando, de Mora se justificó de sobra.
Lo que ya no tardará es la tarde del triunfo. Se nota en el ambiente. Me juego un caramelo.
FOTOGRAFÍA: MAURICE BERHO