LA FAMOSA GLOBALIZACIÓN TAMBIÉN HA LLEGADO A LOS TOROS
Sí, sí, como lo oyen. Esa globalización que tantas protestas durante el transcurso de las distintas cumbres mundiales, también ha hecho mella en la Fiesta de los toros. Para ser sinceros, tampoco es que sea exactamente la misma, pero tiene más de un parecido. Está claro que la situación del mundo taurino en líneas generales ha variado notablemente en los últimos tiempos. Y es que, si a principios y mediados del siglo XX todos los países taurinos compartían y se intercambiaban figuras, ahora el mercado está prácticamente ´monopolizado´ por los diestros españoles. Actualmente son muy pocos los diestros de América Latina que realizan campaña en España y esto hace que ninguno de ellos, con la excepción de César Rincón en las últimas décadas, haya logrado hacerse un sitio tal y como lo hicieran en su día Arruza, Armillita o Girón, por citar algunos.
En cambio, las principales figuras españolas, junto con otro buen número de toreros, gozan de un trato privilegiado, lógico por su nivel o status, en tierras americanas. Ahora mismo, los que llenan las plazas mexicanas, peruanas, venezolanas, colombianas o ecuatorianas, son los mismos que consiguen atraer a mayor número de espectadores en los cosos ibéricos. Si El Juli, Ponce, José Tomás o Finito de Córdoba, por ejemplo, son los diestros mejor pagados en España, también lo son al otro lado del Atlántico.
Y es que en América Latina, la crisis que afecta a la economía de los distintos países ha incidido de forma muy negativa en la Fiesta de los toros, afectando principalmente a los profesionales, cuyos principios suelen ser una auténtica odisea. Esta falta de respaldo económico se ha traducido en una disminución del número de profesionales y del interés que suscitan éstos entre sus compatriotas. No hay que mirar más que los salarios de los diestros nacionales, cuya cuantía se asemeja a la de cualquier torero local en la feria de su tierra. Para que se hagan una idea, un diestro colombiano, por ejemplo, cobra de siete a diez veces menos que uno de los espadas españoles más importantes, lo que se traduce en alrededor de 80.000 dólares menos. El mercado ganadero, en cambio, se encuentra mucho más protegido y, aunque el dinero que se paga por un encierro no es muy elevado, el hecho de que se limite la lidia de ganado extranjero hace que pueda mantenerse la cabaña brava autóctona. Sin embargo, no deja de ser cierto que, en numerosas ocasiones, los grandes triunfos de cada una de las ferias latinoamericanas se logran con toros importados.
Una situación ésta, preocupante para los profesionales del toro de aquellas tierras, que deben cubrirse las espaldas en numerosos aspectos para continuar ganándose el sustento. Así, en países como México es obligatorio que la mitad de la terna esté compuesta por diestros nacionales, al igual que sucede con los miembros de las cuadrillas, por lo que los espadas españoles tan sólo pueden viajar con dos de sus subalternos. Por ello, sin duda, resulta también loable la iniciativa de distintas empresas americanas, que organizan numerosos certámenes de novilladas, en los que los toreros nacionales copan el mayor número de los puestos. Una labor importante para fomentar la cantera nacional, pero insuficiente para conseguir que sus profesionales vuelvan a ocupar puestos relevantes. América Latina necesita nuevas figuras, figuras de época que sean capaces de competir con los principales toreros españoles y que vuelvan a despertar a una afición que, a día de hoy, por los motivos antes citados, tan sólo se vuelca con los productos foráneos.
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