Así se nos fue la corrida, entre la ira divina y los toros de la tapia. Me explico: la iracunda justicia divina la sufrió Víctor Puerto y los que se fueron a la tapia fueron los toros de El Ventorrillo, animales de buen aire a veces, pero amigos de las maderas, el lugar divino de los mansos. Hay otro lugar sacrosanto en Las Ventas, allí donde mora la voz del oráculo, pelín chillona, verdad, pero firme de convicciones. La voz justiciera del hombre sin antifaz la tomó con Víctor Puerto. Se libraron El Califa y De Julia. De momento, ¿eh?.
Puerto no mató a Manolete, ni violó a la mendiga de la esquina de Lavapiés. Cometió un delito aún más pérfido, más canalla: dejó morir a un manso tambaleante apoyado en las tablas, imposible de ser pasado por el descabello. La tauromaquia que vigila desde lo alto le condenó por tamaña felonía. O sea, que la ira divina manda matar a un muerto, difícil asunto…tan difícil como la lidia del primero, el típico toro de las doce: es decir, toro aprobado a esa hora e inútil a las siete: un remiendo de Holgado, holgado de tamaño, manso y deslucido con el que Puerto se despeñó. El resto de los toros apuntaron, pero sin finales. Mejor dicho: con el final rajado que indicaron con su comportamiento en la salida a la plaza: abantos, huyendo del peto o sueltos, finalizaron buscando el abrigo de la tapia.
Así fue el lote de El Califa, reservado uno, con bríos de mansurrón fuerte el quinto. Dos aperturas de faena cambiando el viaje del toro desde el centro del ruedo, lo más vibrante, junto a una tanda al quinto, ejemplar que se abrió mucho a las salidas de los pases y que terminó rajado sin rubor. Quizá debió fijarlo antes y sobarlo antes de obligarlo por abajo porque el toro tuvo emoción y buen galope.
Uno de Rafael de Julia, el tercero, punteó la tela en protestas continuas. Le faltó raza y casta. Más noble, menos huido, más posibilidades, pero deslucido en corto (cite elegido por el torero) fue el sexto. En ninguno de los dos, sobre todo en el que cerró plaza, el toro más fijo y sin apuntar querencias, resolvió y con la espada mató menos que un susto de los de ahora.
Puerto se quitó el complejo de la ira divina en cuatro tandas al burraco cuarto, toro noble, que amagó rajarse y al que sujetó en los medios tapándole la salida hacia la querencia. Muletazos de buen corte y ligados entre los olés de la mayoría y el enfado de la ira divina. Como esta ira es todopoderosa, Puerto bajó la guardia después de ir a buscar la espada de matar: faena medida, notable, merecedora de mayor premio, pero de final pinchado y rematado con estocada corta. Con la justicia divina no se juega.