El toreo es inalcanzable. Abarcarlo, abrazarlo es imposible
Somos esa evolución imperfecta que sabe que más allá sólo es posible para la siguiente generación
C.R.V. > Madrid
Como todo lo imposible, el toreo es utopía. Puro horizonte al que jamás se llega. Caminamos dos, tres pasos, cinco zancadas, y la línea que buscamos se nos fue más allá. Dicen que ese caminar es de necios. Inútil. No lo creo. La utopía es lo único que sirve para caminar. Desde Gallito hasta los lances del 2016 es mera utopía. El toreo es inalcanzable. Abarcarlo, abrazarlo, es imposible. Su grandeza consiste en que siempre hay seres humanos en ese camino. Navidad tras Navidad, siglo tras siglo. Caminas al lado de seres humanos. Como aficionado, me pregunto por qué.
Porque no soy aficionado al toreo sino aficionado a la emoción. No llegué a este andar sino por otra cosa que buscando la pasión más emocionante. Y no creo que exista emoción que traspase más un corazón humano como la que siente nuestro cerebro al contemplar algo que no es rutina de hipotecas, de créditos, del horario de oficina, de votar cada cuatro años, de las mismas cenas de Navidad con un año más y bastantes más de menos. De creer que la libertad es elegir uno de los cien canales de nuestro mando a distancia. De que nos enseñen a leer costosamente para luego no leer nunca. No hablo de la emoción tribal del fútbol. Esa se basa en un gol más. Hablo de la emoción que no se mide en otra cosa que en el ir hacia donde vemos que está un horizonte con ruedas.
La cuestión estriba en que hicimos una sociedad que proscribe la utopía salvo en el cine y hasta que salen los créditos. Las emociones utópicas van en formato canción o en una frase célebre que se busca en internet para salir airoso en nuestros Facebook o Twitter. Una sociedad que mide su bondad en el abrazo a un gato y su inteligencia en el dominio de una tecnología que se fabrica para que caduque. Y ahí el toreo no cabe, no pega, no casa, se desubica. También creo que, desde dentro, el tópico supera lo utópico. Y la tauromaquia no admite reiteraciones ni más de lo mismo. Pero quizá eso hicimos: reiterarla tanto que ya se da por sabida. Pero el toreo jamás se sabe.
El toreo, como toda utopia, conoce cada día a alguien que lo va querer todos los días, trescientos sesenta y cinco por año. Somos legión que camina mientras la sociedad va y viene a lomos de los años. Mantenemos una esencia superior al sabor del pan o la sal. Estos se necesitan para alimentarse, el toreo es puro ayuno. Somos esa evolución imperfecta que sabe que más allá sólo es posible para la siguiente generación, con el ánimo que nos provoca saber que los que nos precederán nos van a nombrar: si alguien dentro de 50 años recuerda un lance, una faena que presenciamos nosotros, es como si pronunciase nuestro nombre. Uno a uno, todos, de los miles que la vimos. Y eso nos hace inmortales. Recordar a Belmonte en recordar a quienes lo vivieron.
No tengo ningún argumento o excusa económica, ecológica, o productiva para ser un utópico. Por tanto, tampoco la tengo para seguir el toreo. Sucede que uso esos argumentos porque está en un guión que no deseo leer, pero que se exige en esta sociedad donde las emociones se envasan al vacío. No siento necesidad de justificarme. Ellos sí deberían sentirla. Pues me pregunto cómo ha de ser la vida de quien no lee, no escribe, no escucha música sin necesidad de bailarla, no piensa, no se pregunta, no duda… Cómo es la vida de los que se sienten la necesidad de pelos de peluche de animales que sólo son medio animales, a los que dominan en su frustración de animal. No es trato de amor. Al ponerle un plato de ‘wiskas’ al perro castrado, le robaron la ‘r’ final a la palabra. Trato de amo. Sí. Soy distinto. Quizá incluso resulta que somos distinguidos.
En el trato con un animal elijo. Prefiero tratar al toro de igual a igual. Saber de su ira o de su calma. No somos amos del toro. La utopía no sabe de eso, impide que nadie posea. Nadie nació para comer de mi mano excepto mi igual al nacer y mi igual al envejecer. A la frase más clave del ser humano: qué tengo yo que hacer para ser feliz, el toreo le quita, como se quita las espinas la rama de la flor, el ‘yo’ y el ‘para’ y deja sólo lo que da olor: ser feliz. La utopía es la posibilidad de ser feliz. Pocas cosas se nos ofrecen para alcanzar esa posibilidad.
Estas navidades todas las gentes de Mundotoro les deseamos eso: la posibilidad de ser felices.