Hay toreros que, por sus características, tienen más posibilidades que otros para salir airoso, cuando no triunfantes, de un encierro en solitario con seis toros. Ferrera supo dirigir el argumento de la tarde, de tal manera que, aunque en algunos momentos bajó la intensidad, fue capaz de volver a recuperar el tono. Tarea nada fácil, por otra parte. Su variedad con el capote, le permitió hacer quites en cuatro toros y tuvo el detalle de dejar que el sobresaliente, José Calvo, los hiciera en los otros dos, en los que, el convidado, dejó ver que maneja el capote con gusto y templanza. Otro aditivo que aportó mucho al espectáculo fue la forma de banderillear a los seis toros, con lo que Ferrera demostró facultades, preparación y valor.
Comenzó la tarde con el acelerador apretado, pues en el primer capítulo salió un animal justo de fortaleza, pero con calidad, al que se le picó poco y después se fue arriba. Salieron entonadas las primeras series, como las notas de la guitarra y las voces de los gitanos que amenizaron con su cante algunos momentos de las faenas. Más adelante, el torero optó por los muletazos sueltos, que tuvieron gusto y buen trazo.
El segundo tuvo una embestida alegre en los primeros compases, humilló mucho y tuvo recorrido, pero se apagó pronto y la faena perdió gas. En éste, como en el siguiente, Ferrera falló con la espada y perdió algún trofeo. El tercero fue el más deslucido del encierro. Punteaba el capote, no humilló en la muleta y se quedaba corto. El diestro, muy entregado, le sacó todo lo que llevaba dentro y se tiró a matar como un cañón. Resultó prendido en el primer intento y después de cuatro pinchazos y una estocada, cuando recogió la ovación desde el tercio, pasó a la enfermería, aunque tan sólo se le apreció el fuerte pitonazo. Sirvió este compás de espera para dar respiro al torero.
Volvió al ruedo pletórico. Tanto es así, que al cuarto, un bravo ejemplar de Zalduendo, le realizó una faena larga, intensamente vivida en los tendidos y de mucha transmisión. El toro se le vino de lejos al principio de faena, se dobló con él y ahí se pudo comprobar la encastada bravura del animal. Ferrera lo toreó a placer, en una faena que fue de menos a más, hasta terminar con el delirio popular. Se pidió el indulto y el presidente lo concedió sin dudar.
A partir de es momento, la tarde ya tuvo carácter triunfal. Toreó con suavidad y lentitud al noble y bondadoso quinto, en un trasteo que no tuvo transmisión por la falta de raza del toro, pero sí pasajes de buen toreo. Y como colofón, al noble sexto, que tuvo calidad pero poca fuerza, Ferrera lo toreó a base de muletazos de uno en uno. El de Zalduendo acabó muy parado y el torero, metido entre los pitones. A este le recetó la mejor estocada de la tarde y otras dos orejas a sus manos.