Nos quitaron la tradición del ‘lunes de resaca’ y nos quitaron también a los ‘pedrajas’; allá cada cual en su casa, ojo, que en la mía hemos quitado un jarrón que llevaba diez años ahí,, que no seré yo quien diga nada. Pero nos quitaron los ‘guardiolas’ y sus ‘primos’ los ‘villamartas’ se vengaron de semejante ofensa. Con un toro. Para qué más. El segundo de la tarde.
Un toro bravo de verdad -a la derecha-. De los que emocionan al público y con los que el torero – Dávila Miura– las pasa realmente canutas porque una cosa es lo que se ve desde el tendido y otra lo que se puede hacer en el ruedo. Cuando yo debute con caballos, las crónicas saldrán bordadas; mientras, habrán de conformarse con lo que vea desde el tendido o grada.
Y lo que servidor vio fue un toro que se arrancó con alegría al caballo y al que picó bien Manuel Montiel. Es verdad que salió sueltecito, pero un borroncito lo echa cualquiera. El otro día, sin ir más lejos, quise escribir cámara lenta y salió cámara lente, lo que puede considerarse una redundancia.
En fin: que el toro fue bravo. Paco Peña y Juan Montiel se lucieron en la brega y en banderillas y Dávila se fue lejos para citar al toro, que acudió cual AVE sin huelga. Huelga decir que el público enseguida comprobó las cualidades del toro y que Dávila intentó cuajarlo sin conseguirlo. Aguantó cuando tuvo que aguantar, se llevó una voltereta y casi algo más al entrar a matar, pero el toro gustó más que el torero. Lo dicho: un toro para el público. La venganza de la familia Guardiola.
Dávila Miura se tiró a matar con vergüenza torera, aunque en la suerte contraria –doctores tiene la iglesia-, el toro le prendió feamente y sacó a la luz precisamente eso: sus vergüenzas. Como lo de Butragueño, pero en torero. La corrida era televisada… Huy, mañana, en los programas del corazón… Prepárense a escuchar gracias del tipo de ‘nos presentó al otro miembro de su cuadrilla’, ‘mostró al público sus atributos’, ‘afortunadamente, no le afectó ningún órgano’… como si lo viera.
El quinto tampoco fue mal toro. Tras lucirse Agustín Navarro picando y Paco Peña en banderillas, tuvo cuatro o cinco embestidas bravas de verdad, pero se apagó. Midió por el izquierdo, no humilló y Eduardo Dávila Miura no se acabó de confiar con él.
Víctor Puerto tuvo a un primero que apretó con los capotes, que se dolió en el peto y que embistió rebrincado y tardo en la muleta. No acabó de coger el aire al toro y se fue para el desolladero digo hoguera.
El cuarto fue un toro largo, largo. Tan largo era que remató en el burladero de capotes y aún no había terminado de salir por chiqueros. Pero flojeó y volvió por donde había venido. El sobrero fue un zambombo que menos mal que también flojeó. Y salió un jabonero sucio –curiosa paradoja- de Martín Lorca al que Puerto endilgó tres largas cambiadas de rodillas, que se durmió en el peto, que no humilló y que tuvo una embestida sosa y tarda. Puerto alargó la faena en exceso, con demasiadas pausas.
Javier Castaño no pudo dar el castañazo como servidor esperaba. A mí me encanta este torero, pero no tuvo material. Su primero, que derribó y no mató al caballo por lo de la fiebre aftosa, se paró y midió. No era fácil estar delante y Castaño tragó una barbaridad. Lo mató bien.
El sexto también derribó. Mingo estuvo francamente bien con la capa y el toro tuvo un viaje largo en las primeras series mandonas de Castaño, pero se fue parando en cuando el torero le sometió. Provocando y tragando, ligando los de pecho sin inmutarse, gustó en Sevilla. La pena fue que se precipitara con el descabello.
La familia Guardiola no tendrá ganas de venganza, ni mucho menos. Seguramente, ni se les habrá pasado por la cabeza. Pero da un gusto pensar que sí…
FOTOGRAFÍA: MAURICE BERHO.