LA VOZ DE ESPAÑA
Por C.R.V.
«Así que tu eres el tal Villasuso… pues deja de peinarte así que en estos momentos en los que vivimos puede inducir a error…» Me lo dijo al ser presentados en una entrega de premios. Me lo dijo » La Voz» con su voz inconfundible y desde su rostro oculto en sus lentes de sempiterna oscuridad. Matías era la «La Voz» como Frank Sinatra lo era en su misma época. Matías flirteaba igual en la narración de un gol de Zarra que con los naturales ceñidos de Manolete.
De cordobés a cordobés: dos monstruos del postfranquismo. Uno como icono, el otro como mensajero o contador del icono. Sonaba ahora como añejo, cierto, pero durante muchas décadas fue inimitable, infalible y super profesional. Era un narrador por naturaleza, de esos que le das un micrófono y se crecen tanto que manan seguridad para contarnos un partido de petanca o una corrida de toros. Es más, aquello que decía » La Voz» era la verdad, era la Biblia. Palabra de Matías.
A buen seguro que mi querido Rafael Campos de España habrá sentido algo en su interior al conocer la noticia de la muerte de alquien que fue santo y seña en sus incios de la profesión, una profesión dura, cada vez más ingrata, cada vez más saltada por las esquinas de la escatología rosa o esa porquería de mentideros arribistas traficantes de la miserias humanas, esa forma de hacer radio, prensa y televisión a base de podredumbre… a gran precio.
Matías, que abominaba de esta forma de hacer tele ahora, jamás cayó en la tentación de vender a su mito por unos minutos de Salsarosa o Tomatetomate o lo que sea. Matías, desde su añeja forma, en su época iconoclasta, ha sido fiel a su trabajo hasta el mismísimo final. La dignidad, que se suele decir. Nos queda lejos Matías a muchos de nosotros, pero queda cercano su final: el final de hombre que jamás perdió ni el norte ni los papeles. Descansa en paz. Se apagó la radio. Se murió «La Voz de España».