El Cid, a quien se acredita de torero afortunado en los sorteos, no ha tenido ni pizca en su debut bilbaíno. Para empezar, el primero de sus toros, flojo de remos, regresó a los corrales y en su lugar salió un sobrero conocedor de las dependencias interiores de Vista Alegre, hierro Adelaida Rodríguez. El toro, afincado en la plaza desde el principio de feria, era un tío con toda la barba y huyó de los capotes queriendo escapar del ruedo. Luego de una lidia desordenada para colocarlo al caballo, que movió con estrépito, un desastroso tercio banderillero, El Cid fue metiéndolo en la muleta poco a poco. Tandas cortas, cada vez más entonadas. El toro marcaba querencia hacia las tablas. Los muletazos en esa dirección los tragaba sin problemas, pero para las afueras, no mostraba igual talante. Desobedeció uno de los toques del espada sevillano, se paró de pronto y resolvió la duda lanzado hacia arriba al torero que, al caer, se le salió el codo izquierdo de su sitio.
Lo mató con dificultad y tardanza Francisco Marco a quien el palco le metió prisa enviándole dos recados. La tarde se complicaba por momentos, aunque para el torero navarro, ya se había iniciado azarosa. El toro que abrió plaza, de bonita hechura y una embestida pastueña a ras de suelo, perdió todo su ser por culpa de dos puyazos traseros de los que tunden lomos y dejan un toro para el tinte. ¿A qué brindar la faena al público si ya en banderillas se apercibió que el apagón del toro era cuestión de segundos? La esperanza alimentada se perdió tras la segunda serie de muletazos y, la insistencia del torero para torear lo que ya era intolerable, le deparó dos desairados desarmes.
El cuarto toro, alto, cornipaso de cuerna, sobrero en la corrida de Madrid y con cinco años, no pasó el tamiz aplicado a la fortaleza y dejó el sitio a un segundo sobrero de Criado Holgado, también corraleado, alto como la torre de una iglesia. Ni siquiera dos puyazos sañudos consiguieron que bajara un poco la gaita. Soportaron hachazos al dejar las banderillas Raúl Cervantes y Manolo de los Reyes, peones de Marco. Plantado frente a la espada, le obsequió con intemperancias, cabezazos y malos modos. Su cabeza parecía una campana en agitado volteo y la lengua semejó el bamboleante badajo. Desarboló al torero que lo mató como pudo a la de tantas.
La lidia del tercero por Javier Valverde significó un refrigerio entre la desazón de la primera parte del festejo. Se encontró el salmantino con un toro bajo, bien hecho que tomó de salida el capote con reservas. Por su justeza de fuerzas, le fue infligido poco castigo en varas y ello posibilitó embestidas pastueñas que Valverdetempló en faena de altibajos durante la mayor parte del metraje. Dos enganchones y una pérdida de muleta afearon la línea medular del trasteo, vertebrada por la templanza y la exquisita ligazón que imprimió a varias series de muletazos. Supo concluir con una notable tanda de naturales seguida de ejemplar volapié. Al caer el toro patas arriba brotaron los pañuelos en agitar frenético.
La ocasión parecían pintarla calva. Todavía esperaban dos toros enchiquerados y se ampliaban las posibilidades de un triunfo amplio en Bilbao. ¡Tararí que te vi! Dejó de último el que tenía que estoquear por El Cid y echó de quinto el segundo de su lote. Los emplastos para ayudarle a pasar el fielato de varas esta vez no funcionaron. Renqueó el toro y entregó el relevo a un tercer sobrero de Criado Holgado, menos feo que su predecesor aunque sí más parado y, en los medios, se produjo un tibio entendimiento muletero por el pitón derecho que duró lo que al toro tardaron en quitársele las ganas de embestir. Jugó ese primera baza Valverde sin apostar demasiado. Quedaba un segunda a priori de mayor seguridad y, efectivamente, así fue. El ‘adolfo’ de acaramelada cuerna, justito de fuerza, recibió las cataplasmas que aconsejaba su estado físico, llegando al tercio de muleta sin haber sido apenas molestado por los capotes. Animado, brindó el torero al respetable y comenzó a torear en el centro del platillo con buen son.
Relajado, despacioso, conocedor de lo que se traía entre manos. Pero, de manera paulatina, fue quedándose corto, el toro, buscó zapatillas y obligó a rectificar posición y terrenos a Valverde que, descolocado, perdió hasta el tino estoqueador. A la calva ocasión, le creció el pelo.