Comenzaron los mundiales del toreo y lo hicieron con poca clase. Nada de trazo templado, ni de toreo estético, y mucho menos eso de jugar los brazos con soltura. Mucha preparación física, técnica y habilidad exigieron los de Partido de Resina, que se lidiaron en el primer festejo del ciclo isidril, algo en lo que sí están avezados matadores como El Fundi, Rodríguez e Higares. Algunos de ellos incluso, de haberlo sabido con anterioridad a su salida al ruedo, fueron para que los diestros se hubiesen persignado hasta cinco veces. Ninguno de los cinco del hierro titular, que se lidiaron finalmente, se emplearon en el caballo y ninguno humilló. Claro que su constitución física, sin cuello que doblegar, les impedía bajar unas cornamentas, capaces de bordar una mantelería.
Con lo visto, a lo largo de la tarde, se puede decir que El Fundi no salió mal parado con el primero que le tocó en suerte. Falto de fuerza, no mostró las intenciones aviesas de algunos de sus hermanos, por el contrario, obedecía al engaño y acudía con nobleza, pero su corto temperamento dejó una sensación de aburrimiento e indiferencia, que Fundi no pudo vencer. No sucedió lo mismo con el cuarto. Distraído de salida, enseguida buscó la querencia. No sé sabe porqué, el de Fuenlabrada, acostumbrado a estas lides, intentó torearlo a lo bonito, hasta que desistió e hizo lo que el bien sabe hacer, y lo que desde un principio tenía que haber hecho: mostrarle al manso la muleta por bajo, machetearlo y darle fin.
Óscar Higares tuvo una de cal y otra de arena. El tercero, de embestida descompuesta, le puso, en más de una ocasión, al torero en apuros, cuando los pitones le rozaron el cuello. Ante la situación presentada, en la que predominaron los hachazos y derrotes secos, el diestro lo finiquitó rápidamente. No fue así con el que cerró plaza. El madrileño tuvo el «mejor toro del encierro», también blando de extremidades, pero el de más boyantía de todos lo lidiados. Es cierto que había que llevarle a media altura, pero el astado tampoco se merecía que el de Usera se alejara tanto, a la hora de ofrecerle la muleta, especialmente con la mano derecha, por donde ofrecía una clara embestida.
El lote peor, porque ni siquiera le tocó uno bueno, fue para un desconfiado Miguel Rodríguez. El primero, con las fuerzas justitas, llegó a la muleta con un recorrido corto por ambos viajes. Enseguida se quedó sin pases y, para más inri, al diestro le costó pasaportarlo. Lo mismo le sucedió en su segundo a la hora de matarlo, un sobrero de Navalrosal, que sustituyó a un inválido, pero precioso toro de Partido Resina. Parecía hermano de los del hierro titular: manso en el caballo y con las extremidades rozando el suelo, habitualmente. El diestro se dejó llevar por la indecisión y no dejó huella, en el único festejo que tenía en el ciclo isidril.