La plaza de Las Ventas es curiosa. Antes de San Isidro, parece otra plaza, más alegre, más dispuesta a pasarlo bien, seria pero respondiendo cuando debe. Luego, llega San Isidro, los ánimos cambian y la plaza ya no se recupera hasta el año siguiente. Es curioso. Por eso, creo yo, en estos festejos previos a la gran feria se disfruta, se ven los toros de otra manera.
Lo anterior se demostró en el primero de la tarde, un inválido al que cuidó Jesús Millán después de dos latigazos muleteriles sin motivo, con el que estuvo firme y centrado, sobre todo cuando comprobó que el animal estaba como para pegárselos de uno en uno y con suavidad. La plaza rugía contra el presidente, sobre todo cuando, tras una serie, el animal se derrumbó. Pero hete aquí que, cuando Millán dibujaba pases templados, había respuesta.
Y cuando Millán se la jugó sin contemplaciones, con ganas, con deseo de arrancar unas palmas, con el arrimón ante un animal que se puso a la defensiva, también hubo respuesta. Por eso lo de antes. En otras circunstancias, especialmente en plena Feria de San Isidro, la única respuesta que Millán habría obtenido sería una bronca monumental. Bien por Millán y bien por Madrid (hoy).
El sexto empujó en el primer puyazo y manseó en el segundo. Feo e impropio para una plaza como la de Madrid -más que ensillado parecía el hierro de la Unión de Criadores- el animal no hizo cosas feas y a media altura -¿cómo iba a humillar?- Millán engarzó pases sin atacarle, con la cabeza fría y la serenidad por bandera. Bien por Millán.
José Luis Bote no fue el Bote de siempre. Su primero, inválido a la defensiva, no pasó nunca y no pudo hacer nada, pero el otro -cuarto-, mansito, sacó una embestida dulce en la muleta, una embestida que había que provocar, sí, pero noblota, lo ideal para un torero como él, y sólo al final, de uno en uno, Bote volvió a ser el de siempre. No le gustó el toro.
Tampoco a Luguillano le gustó su primero, un toro bravo. Bravo, de verdad. Violento, sí; brusco, también, pero bravo. Ya se saben los matices de la bravura. Éste fue bravo, de los que arrean, no lo entendió. Demasiado despegado y sin acoplamiento, Luguillano no estuvo bien. El quinto no tuvo mala condición, nunca descolgó y pedía faena a media altura. David Luguillano tampoco lo vio claro. Como a sus compañeros, le molestó el viento.
FOTOGRAFÍA: RAQUEL SOPEÑA.