Veteranía y madurez han ido hoy juntas de la mano de Joao Moura y Pablo Hermoso de Mendoza. Ambos rejoneadores han aunado importante momentos, en los que la técnica, el oficio y la pureza del toreo a caballo han destacado sobremanera ante los desiguales toros de Flores Tassara, especialmente en los rejoneados en quinto y sexto lugares. En ellos, el portugués y el navarro, respectivamente pusieron toda la carne en el asador y mostraron la dimensión de su magistral calidad, que diferencias a un lado, parte del mismo origen. La procedencia Murube-Urquijo de los sevillanos no han presentado el juego deseado, lo que ha sido aprovechado por los toreros y por Cagancho, en su despedida en Madrid, para dar una generosa lección de maestría.
Joao Moura no lo tuvo fácil con el áspero primero. La embestida del astado, sosa, en unas ocasiones, y arrogante, echando la cara arriba, en otras no le permitió al portugués dar continuidad a una sobria faena. Con más temple y adorno pudo torear Moura al tercero de la tarde. En éste consiguió un interesante tercio de banderillas, en el que sacándose al toro en distintas ocasiones, clavó de forma extraordinaria. Sin embargo, donde Moura sacó toda su raza, como si de un neófito se tratara, fue en su último, después de que Pablo Hermoso, minutos antes, paseara una oreja. El rejoneador se enrabietó y logró encelarlo en la grupa de Campo Pequenho, a pesar de la poca codicia que presentó de salida. El magisterio y el temple de Moura relumbraron y cortó una oreja.
Hermoso de Mendoza logró arrancar la primera ovación de la tarde con Albaicín, ante un astado reticente y distraído que no acudía al cite. Banderilleó en los medios, arriesgó en las reuniones y consiguió una faena meritoria que, de no haber fallado con en dos ocasiones con el rejón de muerte, le hubiera valido un trofeo. Volvió a calentar el ambiente en su segundo. El navarro se dejaba llegar hasta el astado, con mucho riesgo, y clavó siempre en el estribo. Su labor, más que digna, fue premiada con una oreja. La sorpresa y la emotividad se hicieron presentes en el que cerró plaza, cuando en el tercio de banderillas salió Cagancho. La sombra del equino eclipsó a los rejoneadores. Sus quiebros y su templado galope, al ras de las tablas, hicieron las delicias de los presentes, que le ovacionaron con gran fuerza, cuando abandonó el ruedo. Pablo se emocionó y no pudo evitar que le brotaron las lágrimas. Una vez arrastrado el toro, ambos, dieron una vuelta al ruedo.