Dijo uno de luces en el callejón que la corrida había sido mala hasta para arrastrarla. Tampoco es eso. Sucede que las mulas, muy pintonas ellas, enjaezadas como para un desfile, rehusaban, se ponían tozudas como ídem y montaron el numerito. A ver si resulta que ahora las mulas van a saber de toros y vieron que de Los Derramaderos fueron una suma de descastamiento, peligro, mansedumbre y falta de fuerza. Jesús Millán, que fue tozudo como acémila, es decir, que se pegó dos tragantones de aúpa, se libró de la cornada de milagro. Batalló el aragonés como si fuera a tomar el Peñón de Gibraltar, pero la corrida apenas le ofrecía un mísero Perejil como premio.
La corrida fue mala. Envuelta en una tarde con el color de la ‘panza de las burras’, que dicen por aquí, muy metida en tonos grises, amagando llover como amagaron los toros de encaste ‘ Núñez’ de Los Derramaderos. Corrida bien presentada pero sin excusas en su comportamiento. Alguien podrá tirar de tópico y decir que las salidas a la plaza de los toros, manseando, es típica de los toros de esta procedencia. Incluso alguien querrá agarrase a la falta de fuerza como cesto que recoja todos sus defectos. Pero la realidad fue otra.
Todos se pararon de salida, pensaron emplazándose, no se desplazaron en el capote, viniéndose hacia el cuerpo o pasando para cortar el viaje. En banderillas buscaron por arriba, cortaron la salida de los de a pie y en la muleta, salvo el tercero, se reservaron sus energías en un comportamiento de toros avisados o complicados, reponiendo y derrotando por arriba al mínimo tropiezo. Salvamos al tercero, toro con más fijeza, al que lo costó empujar siguiendo el engaño, pero noble. Rafael de Julia hizo con él una faena de aseo, con un segundo tramo lucido, esperando a que el toro metiera la cara en el engaño, pero no acertó a la primera con la espada. El sexto, un cinqueño que salió al trote, de caminar escorado, manso y muy descastado, lo asó en el peto y no le dio ni un pase.
Eduardo Dávila Miura abrió corrida y feria con un toro girón y calcetero, muy en el tipo, que salió tambaleante al ruedo hasta ser devuelto. Salió a sustituirle un burraco entipado en lo de ‘atanasio’ de Los Bayones, noble pero sin fuerza ni alma, que se vino al suelo por su flojedad evidente y por la inercia de su galope: quería coger la muleta pero no podía mantenerse en pie. El cuarto fue chico pero matón: se orientó de salida por el pitón izquierdo y le pudo robar algún pase por el derecho, pero siempre exponiendo, con el toro remiso y a la espera.
Lote difícil el de Jesús Millán, uno violento, reponiendo medias arrancadas, violentándose mucho por arriba con genio y buscando sorprender al torero. Una vez le dejó la ventana abierta el torero, cuando el toro se paró entre pase y pase y pudo herirle gravemente. Fue una faena épica, como lo fue la que hizo al salpicado quinto, toro listo, que tapó la salida a los banderilleros, que pidió el cite muy en corto para arrear hacia dentro siempre con malas pulgas. Estuvo mucho tiempo Millándelante de la cara del toro en una faena que mereció el premio de oreja, pero pinchó dos veces. Además, las mulas se empecinaron en alargar los tiempos muertos de los arrastres, tapando los premios posibles del respetable al enfriar el asunto. Eso sí, su terca tozudez sirvió de solaz al respetable y permitió a este humilde cronista juntar algunas líneas para el titular.