Mientras Madrid agotaba su Feria de San Isidro, con la esperada corrida de Victorino, yo cambiaba de aires -y por cierto los nuevos eran más fresquitos- y me iba a Ávila, donde las cosas son bien distintas, o eso creía yo. Todo seguía su curso lógico hasta el sexto toro, cuando se produjeron dos coincidencias que me hicieron pensar que, o bien lo del viaje había sido un sueño, o determinados personajes me habían seguido. Morante (en la imagen) comenzó a quejarse de que el toro no veía y se armó la marimorena porque el presidente no cambió al toro. ¿A que no saben qué gritaba el público? Pues claro, ¡fuera del palco! ¡fuera del palco! Menos mal que la segunda coincidencia fue más positiva ya que, como en Madrid, el de la Puebla del Río bordó el toreo.
La corrida de Domingo Hernández, con el hierro de Garcigrande, ha sido sobre todo noble, con el acusado defecto de escarbar insistentemente. El lote de José Tomás fue el que más desentonó del conjunto, puesto que ambos mansearon y buscaron las tablas. Los restantes tuvieron codicia, pero no andaron muy sobrados de fuerza.
El primero de la tarde se arrancó con alegría al caballo tres veces y después del castigo llegó muy parado a la muleta, sin recorrido, por lo que Manolo Sánchez sólo pudo intentarlo. En el cuarto, el vallisoletano salió a por todas, recibiéndolo con dos largas cambiadas e iniciando la faena con ambas rodillas en tierra. El toro embistió con claridad y empleándose, pero estaba muy flojito y no podía bajarle la mano. Sánchez optó por la variedad, con redondos, molinetes de rodillas y cites a corta distancia de los pitones. Su voluntad fue premiada con dos orejas.
Había expectación por ver a José Tomás después de su desconcertante actitud en la Feria de San Isidro y su actuación de hoy no llegó a despejar muchas de las dudas. De todas maneras, su insistencia en iniciar y basar sus faenas en la mano izquierda hace que tome más fuerza la teoría de que sufre una lesión en la muñeca derecha y por eso no mató al quinto toro el día 1. Con todo, debería ser el propio torero quien aclarase este aspecto.
Volviendo al día de hoy, a sus dos ejemplares los recibió bien a la verónica, aunque fue mejor el saludo en su segundo. Su primero fue el más manso del encierro y en muchas ocasiones no acertó a dejarle la muleta puesta para que no se fuera a tablas pero, cuando lo hizo, surgieron dos series, una por cada pitón, ligadas y templadas. Unas ceñidas manoletinas calentaron el ambiente y lo prepararon para que se pidiese la oreja. El quinto tampoco era un pozo de bravura y no se le picó en absoluto. Tardó en acoplarse con él el de Galapagar, dejándole ir de un terreno del ruedo a otro, pero al final logró dos series de naturales donde hubo algún muletazo bueno de verdad.
He dejado para el final lo mejor de la tarde, la actuación de Morante de la Puebla, con dos faenas distintas pero importantes. Tuvo importancia que mantuviera en pie al tercero, al que saludó con preciosas verónicas marca de la casa. Lo que vino después fue un alarde de técnica y torería. Lo sacó a los medios toreando suavemente por alto y allí le robó una templadísima serie al natural. Lo pulseó y le alargó el viaje, de manera que el trasteo fue ‘in crescendo’. Si el toro embestía despacio, más despacio toreaba Morante. Inteligente, dándole aire y aguantando cuando se venía andando, fue todo un ejemplo de cómo puede surgir la belleza del toreo ante un toro con poca fuerza.
Muy diferente fue la historia en el sexto, al que no quiso ver con el capote después de una espeluznante colada por el pitón derecho. Después de la capea de los tercios de varas y banderillas, nadie confiaba en que eso terminase bien, ni el propio torero, pero tras unas desconfiadas probaturas se obró el milagro. Morante se confió y bordó el toreo con ambas manos. Hubo muletazos excelentes, primero al natural -largos, con la muleta arrastrando por el suelo- y después en redondo, rematados con buenos pases de pecho. El broche lo puso y torerísimo e inspirado toreo por bajo con el que cuadró al toro, recetándole después una efectiva estocada al encuentro.
Como se podrán imaginar, al final del festejo los tres toreros salieron en hombros, entre los aplausos del jubiloso público que hoy acudió a la plaza. Jubiloso y generoso, con los toreros y conmigo, porque hasta me invitaron a merendar. Mi más sincero agradecimiento por ambas cosas, por la merienda y por hacerme olvidar, al menos en algunos momentos, la tardes de San Isidro.
FOTOGRAFÍA: DAVID COLADO
