Integrante de aquella trilogía de esperanzas novilleriles que la prensa nacional denominó como ‘Los tres mosqueteros’
Vídeo semblanza de Jesús Córdoba I YOUTUBE
MUNDOTORO > Madrid
El pasado martes falleció en la Ciudad de México, víctima de una neumonía, el maestro Jesús Córdoba, uno de los toreros aztecas más importantes de la década de los años cincuenta, integrante, junto a Rafael Rodríguez y Manuel Capetillo, de aquella trilogía de esperanzas novilleriles que la prensa nacional denominó como ‘Los tres mosqueteros’ y que sucedieron a los grandes maestros que conformaron la Edad de Oro del toreo en aquel país.
Próximo a cumplir 91 años, Jesús Córdoba Ramírez había nacido de modo circunstancial en Winfield, estado de Kansas, el 7 de marzo de 1927, si bien cuando apenas contaba con diez años de edad su familia regresó a León (Guanajuato) que fue donde se aficionó a la Tauromaquia. Allí vistió por vez primera el traje de luces en 1946 y dio origen a una carrera que ya contó con éxitos muy relevantes en su periplo novilleril.
Si Rafael Rodríguez simbolizaba el arrojo y el valor y Capetillo era el gran muletero y el gran referente de los ‘Mosqueteros’, Jesús Córdoba aportaba la cuota artística, pues era de los tres el más fino y elegante. Celaya fue el escenario de su alternativa, que recibió de manos del maestro Fermín Armillita el día de Navidad del año 48, apenas veinte días antes de confirmársela en la Plaza México.
Hasta su retirada en el año 67 en La Barca (Jalisco) fue toreo habitual en todas las ferias de la República, incluso fue de los matadores de su generación quien más se prodigó en ruedos hispanos. La ruptura del convenio le impidió debutar en España hasta el año 52 cuando confirmó en Las Ventas de manos de Pepín Martín Vázquez, que le cedió un toro murubeño de Fermín Bohórquez bajo el testimonio de José María Martorell.
En total fueron más de 70 actuaciones en las casi seis temporadas que hizo campaña en nuestros cosos. Aunque en Madrid dejó varias faenas para el recuerdo, nunca coronadas con el acero, fue Sevilla y su Maestranza el escenario de sus triunfos más relevantes a este lado del Océano, sobre todo el 24 de abril de 1953 cuando salió a hombros del Baratillo después de cortar las orejas a una corrida de Miura. En su país destacan, por encima de otras muchas, las realizadas en el embudo de Insurgentes a los toros ‘Cortijero’, ‘Estanquero’ y ‘Luminoso’, de San Mateo, al que cortó el rabo el 2 de febrero de 1951.
Aunque inventó la ‘cordobina’, suerte que han desempolvado recientemente Cayetano o El Juli, entre otros matadores contemporáneos, su capote no tuvo la fantasía e imaginación de sus compatriotas. Su clasicismo y su empaque fueron las mayores virtudes de su toreo y su seguridad, traducida muchas veces en cierto academicismo o frialdad, la causante, junto a varios percances siempre a sufridos a destiempo, de que no terminara de acceder a la cúpula a pesar de ser uno de los más firmes exponentes de su generación a la que, una vez retirado, siguió representando de manera brillante como Juez de Plaza en varios cosos del país, incluida la Monumental capitalina.