Los americanos, al iniciar el desarrollo del llamado séptimo arte, mantuvieron una premisa en los guiones de las películas: ningún final amargo. Grandes cintas se vieron obligadas a cambiar su final, como Gigantes, o, más recientemente la oscarizada The Hurt Locker. La gente del cine se dijo, que lloren y sufran, pero no al final. Porque no vuelven. A ese principio le siguió otro, avalado por la frase de Groucho Marxantes estrenarse de Sopa de Ganso, respecto al alto presupuesto del film en honorarios: “Sólo lo barato sale caro”.Estos dos principios casi se han mantenido intactos, con sus variaciones en dramas o films desgarradores apegados a realidades cruentas. El toreo ha mantenido en las últimas décadas una gestión de principios inversos, allí donde lo de presupuesto bajo es lo esencial y donde, en consecuencia, el final feliz no aparece. Efectivamente, somos diferentes.
Si después de esta feria de San Isidro, un calco de otras pero con el resultado más negativo por razones varias, no se cambia de rumbo, ésta es la fiesta que merecemos. Porque se está abusando de quien paga. Mucho. Se abusa de la fidelidad y el apego a la fiesta de muchos y de la suerte instaurada a modo de ferias o abonos de moda. Abusar de quien paga es el primer paso hacia la decadencia. Estos creando una fiesta monótona, aburrida, muy predecible. Y lo hemos hecho a través de un rosario de carteles y programaciones sin sentido y sin demanda real. Si alguien se extraña del éxito de los rejones, es que no piensa.
Primero el toro, que ni mucho menos ha de ser bravo, al contrario. Ni tener un cuajo fuerte, ni recibir dos rejones de castigo obligatorios: se vio en la corrida de Espartales en Madrid. El toro de rejones es un toro aliviado. Algo que jamás se consentirá a pie, cuestión absolutamente razonable para el toreo de capotes y muletas en cuanto a exigencia de trapío y condición, pero no tan razonable al ser exigido por una lidia larga, dura, con un ruedo amplísimo y desfavorable al toro y a la lidia. Por tanto al espectáculo. Tampoco importa el viento, el caballo no se cae y se lidia en el terreno que sea ideal. En Madridel viento aborta faenas. Pone en peligro la vida del hombre, niega al toro sus terrenos y distancias, le anima a aquerenciarse…
Una figura de a pie, es maldita. Supuestamente ha usurpado su estatus con la trampa. Lo importante es que no triunfe. Una figura del rejoneo es animada, aplaudida, cuenta con el cariño y la ausencia de sospecha alguna por sus éxitos. Y el público, tan si prejuicios, sin dogmas ni cánones sin una tauromaquia inflexible en su mente. Si analizamos éstas y otras razones sabremos las razones por las que el rejoneo en Madrid es lo más parecido a la fiesta y la fiesta de a pie un sucedáneo de un largo metraje de bajo presupuesto creado para que el abonado pague y financia todo un año de toros en Las Ventas. Esto es, sencillamente, el inicio de la cuesta abajo.