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El historial del aficionado es de una tolerancia inverosímil. No tiene precedentes en la historia del civismo de esta democracia sui generis. Desde hace años, día tras día en plena temporada, las gentes que acuden a ver un espectáculo legal y legítimo, son agredidas, insultadas, vejadas, por un grupo de apenas dos decenas de gentes que, hasta ahora no habían conseguido que su indignación se transformara en ira y ésta se reflejara en violencia. Pero la gente que va a los toros ha dicho basta. Basta, sobre todo, a la dejación de funciones y al amparo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que, lejos dedetener a los que agreden y violentan, parecen situados para ampararlos. Y va a pasar algo.
Al grupo minoritario de provocadores los ampara, tarde a tarde, un cordón de policías de distintos grupos o cuerpos que se colocan de espaldas a ellos y de cara a los que circulan o circulamos hacia el acceso a una plaza. Y de espaldas a ellos se vigila al ciudadano corriente que va a divertirse y no a provocar. Y de espaldas a ellos se les tolera todo tipo de insultos y provocaciones. Y su actuación, hasta la fecha, se traduce en la brutalidad desproporcionada de unos once antidisturbios deteniendo en Colmenar Viejo a un joven cuya intención, al salir de su casa, era cometer un delito: ir a los toros. Así están las cosas. La mafia protegida por la policía, la policía de guardaespaldas de los violentos.
Esta actitud policial, resultante de las órdenes que reciben de superiores y éstos de los responsables políticos, se ha convertido en una indecencia democrática. No son los aficionados quienes se instruyen e instrumentan contra nadie, son los otros. Esa minoría que sale de rositas luego de haber violado la letra impresa que viene escrita en los códigos Penal y Civil. Pero las gentes están hartas. Cansadas de tanto insulto, de tanto amparo, cansadas de la cobardía hipócrita de los políticos que no desean un titular en el que se diga que la policía detiene a un defensor de los animales. Pero da igual que se de estopa a un aficionado que pasaba por allí. Porque ellos son los que van, ellos son los que nos buscan, ellos son los que provocan. Por esa razón, por tanto hastío, se va a producir una reacción que se podía haber evitado si las policías y sus políticos hubieran actuado con sentido común y en nombre de la ley. Sucederá. Y nosotros seremos de nuevo los violentos. Cuidado, porque la sociedad civil ya se hartó.